The invisible threads of history: labor, gender and experience in the grain-export bag factories of Ingeniero
White (1900-1960)
DOI: http://doi.org/10.33255/25914669/7223
https://orcid.org/0009-0003-5810-3475
Departamento de Humanidades de la Universidad Nacional del Sur Instituto de Investigaciones de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras
Universidad de Buenos Aires
Bahía Blanca Argentina
Este artículo explora las diversas dimensiones de la experiencia de trabajo femenino en las fábricas de bolsas de arpillera para exporta- ción de granos del puerto de Ingeniero White, ubicado en la ciudad de Bahía Blanca, así como sus prácticas familiares, de sociabilidad y ocio en el marco de una comunidad obrera. La pesquisa aborda el perío- do 1900-1960, cuando afianzando su infraestructura, este puerto se consolidó como uno de los principales exportadores del país. A partir de un acervo documental amplio –prensa local, censos industriales, informes, entrevistas orales y fotografías-, demuestra que existió una relación intrínseca entre el desarrollo de la actividad agroexportadora
y la industria de la bolsa de arpillera, donde el trabajo femenino fue central tanto para el desarrollo de la economía de exportación, como para la formación de una comunidad y cultura obrera en Ingeniero White.
This article explores the different dimensions of women’s work expe- rienced in the hessian bag factories for grain exports in the port of Ingeniero White, located in the city of Bahía Blanca, as well as their family, sociability and leisure practices within the framework of a wor- king-class community. The research adresses the period 1900-1960, when this port consolidated its infrastructure and became one of the main exporters in the country. Based on a wide range of documents
-local press, industrial censuses, reports, oral interviews and photo- graphs-, it shows that there was an intrinsic relationship between the development of the agro-export activity and the burlap sack industry, where female labor was central both for the development of the export economy and for the formation of a working class community and cul- ture in Ingeniero White.
El Museo Taller Ferrowhite, ubicado en la ciudad de Bahía Blanca, está ubicado en la intersección de la avenida Juan B. Justo y Guillermo Torres. Saliendo de su predio, localizado a la sombra del castillo de la ex Usina General San Martín, podemos tomar dos caminos. Seguimos en línea recta por la avenida que lleva el nombre del dirigente socialista o podemos tomar el camino más oculto, subrepticio, que toma una dirección diagonal al museo. Les propongo tomar la segunda opción. La calle Corbeta Uruguay es una arteria angosta, de tierra, con casitas bajas, de madera y material. Nos cruzamos con vecinxs arreglando los patios, perros ladrando y automóviles y bicicletas circulando. Adentrándonos en este camino a lo largo de unas dos cuadras, llegamos un enorme predio abandonado. Nos separa de él un muro bajo y un alambrado. Un cartel nos recuerda que está prohibido el ingreso. Frente a nuestros ojos, dos moles de chapa y madera reposan. Permanecen incólumnes al paso del tiempo, a pesar del óxido, los excrementos de animales, los agujeros en la estructura y el vacío interior. En lo que hoy funciona como una playa de camiones, durante gran parte del siglo XX se encontraron los galpones “A” y “B” de la Fábrica de Bolsas Bahía Blanca, perteneciente a la Compañía Industrial de Bolsas de la empresa Bunge y Born. Allí, en esos enormes talleres, se realizó una tarea fundamental para la exportación de granos y cereales en el Puerto de Ingeniero White: la fabricación y confección de bolsas de arpillera. Sólo en 1927, la casa cerealera calculaba sus exportaciones de trigo a través del puerto de Ingeniero White en 642.979 toneladas. 642.679 toneladas de trigo requieren muchas bolsas, y muchos brazos para levantarlas y coserlas. De lo segundo se encargaron cientos de mujeres a lo largo del siglo pasado. Las experiencias de trabajo de algunas de estas mujeres que trabajaron en esos galpones entre la década de 1940 y la de 1960 han sido documentadas entre los años 2005 y 2021 y se encuentran disponibles para la consulta en el Archivo del Museo Taller Ferrowhite1.
El trabajo en los puertos ha sido presentado, desde diversas perspectivas, como una labor masculinizada. La imagen predominante es la de unos cuerpos fornidos que cargaban las pesadas bolsas de arpillera: brazos musculosos, cuerpos en acción, dispuestos a enfrentar temperaturas y condiciones extremas para llevar el pan a la mesa. Estos imaginarios han coadyuvado a sedimentar imágenes del trabajo portuario en clave masculina, invisibilizando las labores productivas y reproductivas de las mujeres. Una serie de investigaciones han abordado las
1 El Museo Taller Ferrowhite está ubicado en Ingeniero White, puerto de la ciudad de Bahía. Desde el año 2004 aloja herramientas y objetos recuperados tras el proceso de privatizaciones de los ferrocarriles argentinos durante la década de 1990. A partir de ellos, da cuenta de las experiencias de trabajo de los obreros ferroviarios de los talleres y estaciones de la ciudad de Bahía Blanca, así como sus dinámicas de organización, ocio y protesta.
relaciones entre trabajo y género en los espacios portuarios de la Argentina. Por un lado, Laura Caruso (2022) ha problematizado las imágenes y sentidos construidos en torno al trabajo masculino en el puerto de Buenos Aires. Por otro, Agustín Nieto (2022) ha insistido y discutido en torno a la invisibilización femenina en las comunidades laborales portuarias de Rosario, Buenos Aires e Ingeniero White, en pos de tensionar ciertas representaciones en torno al trabajo portuario como masculino, sedimentadas a lo largo del tiempo. En este sentido, se encuentran vacancias analíticas sobre las experiencias laborales de las mujeres en las fábricas de bolsas de arpillera en los espacios portuarios. Esto se debe, sin dudas, a la invisibilización en las fuentes y relatos disponibles sobre el mundo laboral portuario. Es a partir de estos aportes y vacancias que realizaré un primer acercamiento a las experiencias de trabajo femenino en las distintas fábricas de bolsas de arpillera del puerto de Ingeniero White, ubicado en la ciudad de Bahía Blanca, así como sus experiencias familiares, de sociabilidad y ocio en el marco de una comunidad obrera. La pesquisa abordará el período 1900-1960, cuando este puerto fue afianzando su infraestructura y consolidándose como uno de los principales puertos exportadores del país (Costantini y Heredia Chaz, 2019).
Para ello, esta investigación se vale de diversas perspectivas historiográficas. Los aportes de la “historia desde abajo” permitirán comprender la experiencia de clase sin perder su dimensión política, entendiendo no sólo a la clase en tanto relación histórica, sino como una relación cruzada y articulada por la dominación y la subordinación, la lucha y la adaptación (Kaye, 2019). La historia oral, por su parte, nos abre las puertas a informaciones empíricas difíciles de conseguir a partir de fuentes escritas más tradicionales, en pos de reconstruir la historia y la cultura de una comunidad de clase (James, 2004). Es, por lo tanto, una fuente de conocimiento clave de la experiencia obrera. La misma es comprendida como la respuesta mental y emocional, individual o colectiva, a una serie de acontecimientos relacionados entre sí, o a muchas repeticiones del mismo tipo de suceso (Thompson,1981). De forma transversal, este artículo incorpora los aportes de la historiografía de género para indagar en el pasado de la historia obrera a partir de nuevas preguntas (Scheinkman, 2021). La experiencia de clase será analizada en una clave interseccional con el género. Siguiendo los aportes de Mirta Lobato (2001), la experiencia de trabajo impacta de forma diferencial sobre las mujeres y los varones. Los espacios laborales son espacios de relaciones que acentúan las asimetrías entre los sexos, conformando ideologías, valores y creencias que diferencian a los varones de las mujeres y se expresan en un acceso diferenciado a bienes económicos y simbólicos (Scott, 1999).
En síntesis, este artículo busca realizar un primer acercamiento, a partir de un acervo documental amplio –prensa local, censos industriales, informes, entrevistas orales y fotografías- a las diversas dimensiones de la experiencia femenina en esos
espacios y comunidades de trabajo. Con estos retazos, se adentrará en el proceso productivo y en las condiciones laborales para analizar la experiencia de trabajo al interior de esas fábricas. De forma indisociable, indagará sobre el trabajo doméstico, los vínculos familiares y la vida comunitaria. Se propone responder algunas de las preguntas que guian esta pesquisa: ¿cómo era el trabajo de estas mujeres? ¿De qué forma se relacionaba con la esfera doméstica? ¿De qué forma experimentaron la explotación laboral? ¿Y el tiempo de ocio? ¿Cómo era su relación con la comunidad obrera? ¿De qué forma aportaron a la constitución de una identidad de clase?
Esta investigación parte de una serie de hipótesis. En primer lugar, que la instalación de un complejo ferroportuario y el desarrollo de la actividad agroexportadora fue condición de posibilidad para el establecimiento de fábricas de bolsas de arpillera. En segundo lugar, que el trabajo de las mujeres en estas fábricas fue fundamental para la integración de Bahía Blanca en el circuito agroexportador. Por otro lado, sostiene que esa experiencia de trabajo estuvo constituida y atravesada por relaciones de clase y género en espacios laborales jerarquizados, donde se desarrollaron dinámicas de explotación, pero también de organización y resistencia abierta y subrepticia. Asimismo, plantea que esos espacios laborales no sólo estuvieron constituidos por las dinámicas mencionadas anteriormente, sino que esa experiencia dio lugar a la construcción de redes de amistad, romance, sociabilidad y ocio entre las trabajadoras tanto al interior como al exterior de las fábricas, teniendo así un peso fundamental para el desarrollo y construcción de una comunidad obrera. El objetivo, entonces, es hilar una trama de experiencias diversas y complejas, pero importante para comprender la experiencia de clase y género en el nudo ferroportuario de Ingeniero White a lo largo de buena parte del siglo XX.
Entre finales del siglo XIX y los albores del XX, la Argentina comenzó un proceso de inserción en el mercado mundial como exportadora de productos vinculados con el agro. Los efectos de esta dinámica se observaban en los distintos órdenes del país: la sociedad, la economía, la cultura y la política se verían cualitativamente transformadas por este proceso. Además, las distintas regiones se integraron de forma diversa en este proceso. En el caso de la ciudad de Bahía Blanca, ubicada al sur de la provincia de Buenos Aires, que fue incorporada a este proceso tras la expansión de la frontera agrícola que tuvo lugar durante el siglo XIX, esa “gran transformación” también dejó sus marcas.
La década de 1880 ha sido considerada como un momento refundacional de la ciudad (Costantini y Heredia Chaz, 2019). Si bien los orígenes de la misma
datan del año 1828, las transformaciones de económicas, sociales y políticas finiseculares marcaron un parteaguas en su historia. La región asistió al desarrollo de sus fuerzas productivas, integrándose al sistema económico internacional a través de la producción y exportación de materias primas a cambio de productos manufacturados. Los excedentes de capital de los países europeos, la demanda de productos primarios para su población en aumento y una industria desarrollada favorecieron que capitales extranjeros asociados al comercio exterior, así como a ferrocarriles y puertos, se asentaran en la ciudad. De esta forma, Bahía Blanca comenzaba a ver como se materializaba una moderna infraestructura ferroportuaria de matriz exportadora, articulada en torno a capitales privados y extranjeros.
La empresa Ferrocarril Sud fue la primera en trazar un tendido férreo desde Buenos Aires hacia la costa de la ciudad en el año 1884. Constituida por capitales ingleses, en 1885 comenzaría a construir el puerto que posteriormente se conocería como Ingeniero White. Asimismo, el año 1887 trajo aparejada la aprobación del diseño de una vía hacia Villa Mercedes, provincia de San Luis. Esta fue concesionada a la empresa Bahía Blanca y Northwestern Cía. y, posteriormente a la empresa Buenos Aires al Pacífico, ambas de capitales ingleses, dando origen al ramal Bahía Blanca-Noroeste con el objetivo de dar salida a productos de la región cuyana y el oeste de la pampa húmeda a través de Puerto Galván, inaugurado en el año 1902 por la empresa Bahía Blanca y Northwestern Cía. A partir de este complejo ferroportuario, se articuló un circuito de producción, distribución y circulación destinado al mercado externo que comenzaba en las zonas rurales y convergía en Bahía Blanca para llenar los barcos extranjeros. Luego de 1890, se afianzó el papel de la ciudad como acopiadora y exportadora de productos rurales, principalmente de cereales, vacunos y ovinos. En poco tiempo, el puerto de Ingeniero White se ubicaría en el tercer lugar en la exportación de granos y ganado ovino y vacuno a nivel nacional, detrás de Rosario y Buenos Aires. Para la primera década del siglo XX se encontraban operando en el puerto local empresas tales como Bunge y Born, Dreyfus y Cía, Weill Hermanos y Cía. y Huni y Wormser (Costantini, 2022; Costantini y Heredia Chaz, 2019)
En su conjunto, las primeras tres compañías compraban y revendían el 80% de lo producido en el país (Barlaro y Volkind, 2015). El transporte y la exportación de cereales -fundamentalmente su acopio y estibaje- implicaba nuevos desafíos y necesidades. Uno de ellos era la confección de bolsas de arpillera para empaquetar el cargamento de granos. Es en este marco que se debe leer la instalación de las fábricas y talleres de confección de bolsas de arpillera en la ciudad y el puerto. Las dos primeras décadas del siglo XX fueron testigo de la instalación de algunos establecimientos para la confección de bolsas, tales como Bunge y Born y Hardcastle, las cuales datan desde antes de 1908. Entre los albores del siglo XX y hasta entrada la década de 1960 –cuando el grano comenzó a ser exportado a
granel- funcionaron numerosas fábricas de bolsas en espacios linderos al puerto. Pertenecían a las firmas extranjeras y locales Bunge y Born, Dreyfus, Gorbatto, Hardcastle y La Plata Cereal (Bernardi, Cantamutto y Sabanés, 2007). Pese a la dificultad para reconstruir la historia de estas industrias, las investigaciones existentes sobre Bunge y Born (Ceva, 2009; Schvarzer, 1989, 1996) pueden servir para pensar históricamente la instalación y desarrollo de las fábricas de bolsas, tomando a la empresa belga como una suerte de “caso testigo” que nos permita echar luz sobre esta rama industrial.
En 1884, Ernesto Bunge y su cuñado, Jorge Born, se inscribieron en el Registro Público de Comercio de Argentina como socios fundadores de la empresa que, años después, pasaría a conocerse como “Bunge y Born”. Para algunas personas, la Argentina agroexportadora era una tierra de oportunidades y rápidamente comenzarían a observarse los ganadores y perdedores de este ciclo económico. Sin embargo, vale la pena detenernos en nuestros noveles empresarios. La empresa se expandió rápidamente en las actividades ligadas a la exportación de cereales y el comercio exterior. Gracias a su negocio de cabecera, la compañía tendió a hegemonizar los mercados donde actuaba, expandiéndose o adquiriendo a sus competidoras, multiplicando sus beneficios en los años dorados del modelo agroexportador. La base de operaciones en Argentina se integraba en un teatro de operaciones internacional bajo condiciones oligopólicas jerárquicamente condicionadas. A lo largo de unos 15 años, los socios buscaron la posibilidad de desarrollar otros negocios. De esta forma, compraron estancias, fundaron bancos y adquirieron empresas de envases, dando a luz a empresas molineras. Hacia 1925, el 30% de las exportaciones de la Argentina eran controladas por la empresa. 30 años después, cinco empresas industriales del grupo (Molinos, Grafa, Compañía Química, Centenera y Alba) figuraban entre las más importantes del país y, para la década de 1960, el grupo se presentaba a sí mismo como el más grande del hemisferio sur (Schvarzer, 1989). Pero, más allá de estas impresiones generales, es importante detenerse en el año 1899. Ese año, el grupo fundó la Compañía Industrial de Bolsas, con el objetivo de manufacturar las bolsas de tela de yute necesarias para el transporte de cereales. La primera fábrica con esta función fue fundada en 1889 en la ciudad de Buenos Aires y podía producir hasta 200.000 bolsas por día, pero sólo producía 80.000 bolsas por día en Buenos Aires y 60.000 en Rosario con una mano de obra casi exclusivamente femenina (Schvarzer, 1989). Gracias a la presión y el poderío de este grupo exportador, el sistema arancelario articulado por el Estado argentino bloqueaba la importación de bolsas terminadas, a la vez que favorecía la importación de tela de yute, logrando que sus bolsas fueran las únicas ofrecidas en el período de cosecha, monopolizando así el mercado local (Schvarzer, 1989; Ceva, 2009; p. 85). Para la década de 1960, la planta principal, ubicada en la ciudad de Buenos Aires, podía producir 40 millones
de bolsas anuales gracias al trabajo de 300 personas, siendo así la más grande del continente (Schvarzer, 1989).
Lo que sucedía en Bahía Blanca era parte de este proceso de alcance nacional. El análisis de la prensa empresarial permite observar lo previamente dicho. En el año 1905, el Centro Comercial de Bahía Blanca (CCBB) comenzó a publicar la Revista Comercial de Bahía Blanca (RCBB). El CCBB era una corporación formada por empresarios con el fin de defender los intereses sectoriales en una coyuntura de saturación del puerto de Ingeniero White, como resultado de las limitaciones generadas por los grandes niveles de actividad exportadoras. Con el pasar de los años, la entidad se transformaría en la Bolsa de Comercio de Bahía Blanca (Costantini, 2023).
En enero de 19082, la revista marcaba la necesidad de tener una fábrica de bolsas de arpillera para el envase de cereales por la urgencia de los exportadores de granos locales. La empresa Bunge y Born poseía una fábrica de bolsas, ubicada al lado de la estación Grunbein del Ferrocarril Sud, en el camino hacia el puerto de Ingeniero White. La misma fue comprada por el empresario británico Percy Hardcastle –uno de los integrantes del CCBB-, quien constituyó la Sociedad Anónima Hardcastle, a través de la cual pasaría a producir bolsas de arpillera en ese mismo establecimiento.
La RCBB insistía en que la fabricación de bolsas era clave para el progreso de la agricultura y ganadería, que representaban la única fuente de recursos del país. Por otro lado, aseguraba que esta actividad prontamente les traería beneficios y ventajas a sus dueños. La actividad exportadora era condición y garante del progreso de la nación y sus protagonistas eran los grupos comerciales que llevaban adelante la producción, compra, venta y exportación de productos derivados del agro, los cuales les redituarían en términos simbólicos y materiales. Un tiempo después, en octubre del mismo año, la misma revista nos ofrece un pantallazo de la forma y organización del trabajo en esa fábrica a partir de una visita realizada a la misma3. Estas crónicas del funcionamiento y desarrollo fabril eran auspiciadas por los dueños de los establecimientos con el objetivo de exponer los avances industriales y técnicos de los que eran responsables (Scheinkman, 2021). Estos eran rituales enormes de autocomplacencia y alegorías del triunfo y progreso económico, a través de los cuales la burguesía celebraba su victoria mundial (Hobsbawm, 1987). La revista hablaba de una “verificación” del trabajo de la fábrica Hardcastle, que al día de la fecha llevaba producidas más de setecientas
2 RCBB, 04/01/1908.
3 RCBB, 28/10/1908
mil bolsas de arpillera. El edificio era “amplio”, con “mucha luz y ventilación”, construido “a todo costo”, con ladrillos “de primera clase”4. La fábrica no dejaba “nada que desear” y la revista celebraba sus condiciones de higiene y ventilación, así como su moderna maquinaria. En ella, decía la nota, nada se desperdiciaba5. Veinte obreras, en distintas secciones, trabajaban la tela de arpillera traída desde la India, cortándola manual o mecánicamente, cosiéndola en máquinas Singer de origen norteamericanas para luego darles vuelta sobre dos palos. Se trataba de un proceso de trabajo semiartesanal y segmentado, compuesto de una serie de operaciones sucesivas en el tiempo. Finalmente, obreros varones apilaban las bolsas de a cincuenta unidades para su posterior distribución. Las obreras – mayoritariamente inmigrantes españolas- producían alrededor de veinte mil bolsas por día, a cambio de un salario de seis pesos diarios6. El empresariado local tenía motivos para celebrar: la fábrica de bolsas Hardcastle era condición y reflejo del progreso y modernización del país, que era garantizado por su acción e iniciativa económica.
Algunas décadas después, más específicamente para el año 1928, Bunge y Born había establecido una nueva fábrica de bolsas en una zona cercana al puerto de Ingeniero White. Allí, según un anuario local publicado en el marco del centenario de Bahía Blanca, el trabajo se realizaba en “condiciones excelentes para las obreras, a quienes se da un trato adecuado a su sexo, lo que les permite realizar sus tareas cómodamente y sin demasiada fatiga”7. No es posible saber a qué se referían específicamente con esto. Sin embargo, diversas investigaciones (Lobato, 2001, 2007; Scheinkman, 2021) permiten observar de qué manera las labores femeninas en espacios fabriles durante los primeros años del siglo XX estaban asociadas a representaciones y estereotipos de género. La confección y la costura eran trabajos que se consideraban “adecuados” para las mujeres, dada su –en teoría- habilidad “natural” para tareas con maquinarias de operación sencilla. De esta manera, lo planteado por la empresa permitiría inferir que, aún a pesar de la “necesidad” (Lobato; 2001, 2007) que obligaba a las mujeres a salir de sus casas para trabajar en las fábricas, los establecimientos les otorgaban tareas “adecuadas” para su género.
Asimismo, afirmaba que las actividades de producción, acopio y exportación de granos realizadas por la casa exportadora eran “un factor de vitalidad
4 RCBB, 28/10/1908
5 RCBB, 28/10/1908
6 RCBB, 28/10/1908
7 Ingeniero White – Álbum conmemorativo (IW – AC), 1928
extraordinaria para el progreso general de la zona”, ya que ocupaba a varios miles de personas entre obreros y empleados en las distintas secciones de la empresa y otorgaba salarios y jornales que permitían una “vida desahogada a una apreciable cantidad de hogares whitenses”8
Lo previamente analizado hasta aquí nos permite comprobar la existencia de un proceso local acompasado con las tendencias a nivel nacional. Si bien la situación de Bahía Blanca presenta particularidades, desde principios de siglo XX el desarrollo del sector exportador y la fabricación de bolsas de arpillera acompañó un proceso que sucedía de forma paralela en otros puertos del país como el de Buenos Aires y el de Rosario (Barlaro y Volkind, 2015 Ceva, 2009; Schvarzer, 1989, 1996). Asimismo, el trabajo que realizaban las mujeres en estos espacios laborales era condición de posibilidad para la integración de Bahía Blanca y la región en el mercado mundial.
Para adentrarnos en el mundo laboral en las fábricas de bolsas podemos trabajar a partir de distintas fuentes. La tarea del historiador que reconstruye las experiencias de lxs trabajadorxs es una actividad plagada de dificultades, más aún si estas son mujeres. La disgregación y fragmentación de los materiales y el carácter episódico de los relatos son algunas de las características de la historia de los sectores subalternos (Hobsbawm, 1983, Gramsci, 1970). En estos casos, la tarea de lxs historiadorxs es similar a la de un detective que va en busca de pistas, indicios y pruebas (Ginzburg, 2010). Por ello, es preciso ampliar la búsqueda de documentación: el rastreo y la utilización de fuentes periodísticas, empresariales, judiciales, sindicales y orales ayudan a investigar desde una perspectiva más amplia la experiencia obrera y el mundo del trabajo, como muestran diversas investigaciones. De esta manera, el análisis de fuentes periodísticas, fotográficas y orales se presenta como una oportunidad para “ingresar” a los espacios laborales y, de esta manera, recuperar la experiencia de las trabajadoras en las fábricas de bolsas entre principios de siglo XX y la década de 1960 (Lobato, 2020). El concepto de experiencia aquí utilizado es tributario del desarrollado por el historiador E.P. Thompson, quien afirma que la misma se articula a partir de la respuesta mental y emocional de lxs trabajadorxs a una serie de sucesos que dialogan entre sí, o a repeticiones de los mismos en determinadas condiciones históricas. De esta manera, resulta un concepto de empalme a través del cual la estructura se transmuta en
8 IW – AC, 1928
proceso y lxs sujetxs reingresan en la historia (Thompson; 1981, 1989). Por otro lado, diversas investigaciones (Thompson, 1989; Lobato, 2001; Scheinkman, 2021) invitan a ingresar a los espacios laborales para pensarlos como arenas de conflicto abierto y subrepticio entre trabajadorxs y patronxs en tanto espacios jerarquizados y constituidos por el conflicto entre las clases. Estas dinámicas son fundamentales para el desarrollo de una conciencia y cultura de clase a partir de la experiencia de explotación y conflicto, pero también de solidaridad entre trabajadorxs (Thompson, 1981, 1989).
El análisis de las fuentes permite recomponer las formas que tomó el proceso de trabajo en las fábricas de bolsas a lo largo del período. Revisar el trabajo en tanto proceso constituye una dimensión explicativa fundamental de la experiencia obrera, ya que permite recomponer las formas concretas de subordinación del trabajo al capital a partir de sus determinaciones históricas particulares (Caruso, 2016).
Las fuentes disponibles permiten recomponer el proceso de trabajo en las fábricas de bolsas desde los albores del siglo XX. En el año 1901, la socialista Gabriela Laperrière de Coni publicó un artículo en el periódico La Vanguardia donde graficó el proceso de trabajo en las fábricas de bolsas de Buenos Aires, donde trabajaban una enorme cantidad de mujeres y niñas9. La autora relataba que los fardos de arpillera que llegaban a la fábrica eran desenrollados por un obrero, quien a su vez los cortaba con una guillotina, mientras que una niña juntaba los retazos de tela. La tela era transportada al taller donde las obreras formaban la bolsa a través de dos costuras hechas a máquina. Luego de esto, otra niña cortaba el hilo que unía a las bolsas y las apilaba a sus pies. A partir de esto, es posible observar una experiencia laboral atravesada por divisiones de género y edad: hombres, mujeres y niñas realizaban tareas específicas en torno a esos dos clivajes. Mientras que los obreros varones se encargaban de las tareas de descarga y desenrollado de los fardos de arpillera que llegaban a la fábrica, las mujeres se encargaban de su manufactura con máquinas de coser, mientras las niñas realizaban tareas simples de recolección y apilamiento de bolsas. En 1908, el mencionado informe de la RCBB mostraba una organización del trabajo similar en las fábricas de Bahía Blanca, donde alrededor de veinte obreras más algunos obreros varones trabajaban con la arpillera india, que era cortada en máquinas o de forma manual. Con las máquinas de coser Singer norteamericanas movidas a motor las obreras cosían a alta velocidad las bolsas que luego eran dadas vueltas en dos palos por otras operarias. Finalmente, obreros varones las embolsaban de a cincuenta unidades para su distribución. La fábrica producía diariamente alrededor de veinte mil bolsas. Las obreras que más bolsas confeccionaban podían
9 “Velando por la salud de las obreras en las fábricas de bolsas”, La Vanguardia, 9/11/1901
llegar a ganar, según el gerente, alrededor de seis pesos por día10.
Algunos años más tarde, en 1935, el periódico bahiense El Atlántico describía el proceso de trabajo que se desarrollaban en las fábricas de bolsas locales. Allí retrataba un trabajo segmentado y repetitivo.11 La jornada laboral comenzaba en las primeras horas de la mañana hasta las 17 horas. En las épocas de la cosecha, donde se producía más cantidad de bolsas, el establecimiento podía ocupar a más de 300 trabajadoras, que ganaban 5 pesos por día. El ruido “seco y nervioso”12 de los motores de las máquinas de coser funcionaba como música de fondo de una labor monótona. En esta crónica, asimismo, aparecían “dos mozos, dos muchachos jóvenes”, quienes estaban encargados de juntar las bolsas en grupos de 50 para su posterior venta. Aparecía Don Máximo, el encargado de la fábrica, quien era presentado como un superior “bonachón”, que explicaba de forma paternalista las labores que debían realizar las trabajadoras.13 Aparecen aquí características similares a las que se encontraban a principios de siglo: un trabajo segmentado y jerarquizado en torno al género, donde mujeres y varones realizaban tareas distintas: para las primeras, tareas de corte, confección y zurcido, mientras que para los varones se reservaban las tareas que precisaban mayor fuerza física, dirigidos por un capataz varón.
Para reconstruir el proceso de trabajo a mediados de siglo XX, las entrevistas a trabajadoras de las fábricas14, así como las fotografías, permiten observar continuidades, presentando espacios laborales similares a los de principios de siglo XX. En los galpones, las costureras, revisadoras y zurcidoras -encargadas de coser las bolsas, revisar su finalizado y repararlas en el caso de ser necesario, respectivamente- trabajaban a la par de obreros varones apiladores de bolsas, pero también había encargados y capataces varones que aparecen en el centro de las imágenes (Imágenes 1 y 2).
Sobre la labor en la Compañía Industrial de Bolsas de Bunge y Born es posible recomponer las formas y organización de los galpones “A” y “B” que constituían la fábrica, donde trabajaban alrededor de cuatrocientas personas desde las primeras horas de la mañana hasta las cinco de la tarde. Separados por un patio por donde
10 RCBB, 28/10/1908
11 EA, 24/01/1935
12 EA, 24/01/1935
13 EA, 24/01/1935
Las entrevistas a las obreras de las fábricas de bolsas Aurora Gonzáleza, Ida Mohamed, Beatriz Lugones, Isabel Trujillo, Maruca Sbaffoni y Rosa Ortiz fueron realizadas entre el año 2006 y 2021 por el equipo del Museo Taller Ferrowhite de la ciudad de Bahía Blanca y se encuentran disponibles en el Archivo del mismo.
pasaban las vías del ferrocarril, el primero de ellos era un espacio reservado para el almacenamiento de los fardos de arpillera y confección de las bolsas con máquinas de coser. Aquí cada costurera tenía su revisadora, la cual se encargaba de revisar si la bolsa estaba bien realizada. Un embolsador metía veinticuatro bolsas adentro de una para su posterior clasificación, apilado y carga en los vagones del ferrocarril que ingresaba al establecimiento para llevarse la producción y distribuirla. Las obreras relatan que el trabajo con la arpillera nueva era doloroso por lo áspero del material: las manos se lastimaban y sangraban por el contacto permanente con la tela. Por día, tenían que producir tres mil bolsas cada una.
Por su parte, en el galpón “B” (Imagen 2) realizaban tareas de revisación y clasificación, y en el caso de ser necesario, el zurcido de las bolsas que llegaban
allí.15 De esta forma, es posible observar una continuidad en las formas y el proceso de trabajo en las fábricas de bolsas entre los albores del siglo XX y la década de 1960, tanto en las fábricas porteñas como en las bahienses, a partir del diálogo entre las fuentes escritas, las orales y las fotografías.
Cabe preguntarse, sin embargo, por las maneras en las cuales este proceso de trabajo fue experimentado por las trabajadoras a lo largo del tiempo. La nota escrita por Laperrière de Coni16 denunciaba las condiciones laborales a las que
Entrevistas a Ida Mohamed (2006/2021) y Beatriz Lugones (2006), Archivo del Museo Taller Ferrowhite 16 “Velando por la salud de las obreras en las fábricas de bolsas”, La Vanguardia, 9/11/1901
estaban expuestas las obreras en las fábricas de bolsas a comienzos del siglo. A través de un informe presentado a la intendencia de Buenos Aires, la autora afirmaba que era una actividad perjudicial para la salud por la enorme cantidad de pelusa que se desprendía de la manipulación de arpillera. La pelusa cubría todo: máquinas, paredes y ropas. Pero lo más preocupante era el ingreso a las vías respiratorias y digestivas, lo que generaba neumonías, tos y fatiga respiratoria, pero también anemia. Asimismo, denunciaba el descuido de la industria desde el punto de vista higiénico, lo que dejaba a las obreras libradas a su suerte frente al polvillo que entraba en sus cuerpos: en las fábricas de bolsas porteñas, la tuberculosis y otras enfermedades respiratorias, así como cortes y sangrados, estaban a la orden del día. En Bahía Blanca, para la década de 1930, las imágenes se repiten: las obreras estaban paradas durante horas en una postura “donde los riñones han de reclamar un descanso”17. La sección clasificadora completaba la tarea, donde jóvenes formaban montones de bolsas, distribuyendo las buenas y malas en distintas pilas. El polvillo de la tela era una constante en el relato y señalado como fuente de enfermedades que acababa con la salud y la vida de las trabajadoras. Sin embargo, como relataba una obrera, no podían dejar el trabajo porque, en el caso de hacerlo “¿qué comemos en casa?”18. Para mediados del siglo XX aparecen, de nuevo, similitudes. Una trabajadora asimilaba el trabajo a la “esclavitud”, mientras que otra afirmaba que “trabajar en la bolsa es horrible”19. Asimismo, mencionaban que constantemente flotaba un polvillo, producto de la arpillera, que enfermaba las vías respiratorias y causaba sarna. Por lo tanto, aprovechaban cada oportunidad que tenían para “respirar un poco de aire puro, porque ahí dentro era todo pelusa”20. Las heridas eran otra constante, pues era frecuente que se clavaran agujas en las manos o se cortaran con las tijeras. La falta de dedales otorgados por la empresa, por ejemplo, obligaba a las trabajadoras a improvisarlos con tela o cinta adhesiva. Las callosidades se formaban en dedos y manos: cincuenta años después, al momento de realizar las entrevistas, seguían en los cuerpos de las obreras. Una trabajadora relataba que realizaba su labor con las manos en sangre viva y que, al momento de hacer su documento de identidad, tuvo que dejar trabajar para que se le volvieran a marcar las huellas digitales, ya que se habían borrado de sus dedos. También estaban expuestas a las inclemencias del clima: comentan que en invierno se “morían de frío” y que en verano “el calor era sofocante”. Sin
17 EA, 24/01/1935
18 EA, 24/01/1935
19 Entrevistas a Beatriz Lugones (2006) e Isabel Trujillo (2006), Archivo del Museo Taller Ferrowhite 20 Entrevista a Beatriz Lugones (2006) e Isabel Trujillo (2006), Archivo del Museo Taller Ferrowhite.
embargo, no podían tener calefactores ni ventiladores, por la pelusa de la arpillera que flotaba en todo el establecimiento. Para paliar las temperaturas invernales, comentan que “agarrábamos unas cuantas bolsas, nos envolvíamos bien hasta por acá (a la altura del pecho), atábamos con hilo. Después íbamos bien abrigadas...”21 para enfrentar las temperaturas bajo cero que se vivían en los fríos inviernos del puerto. Las notas y entrevistas describen que el trabajo en las fábricas de bolsas se experimentaba de diversas formas en los cuerpos de las obreras: las enfermedades respiratorias, los cortes en las manos, las borraduras de huellas digitales o el frío y calor extremo en largas jornadas laborales aparecen como una constante durante el período.
Las fuentes también revelan la existencia de jerarquías de clase y género al interior de las fábricas. Esto aparece mencionado en las entrevistas, donde las obreras afirmaban que “estaba el rico, estaba el pobre”22. Asimismo, recordaban que “nos manejaban los capataces, pero todos estaban dominados por ellos [los dueños de las fábricas] ý había que hacer las cosas bien (...) no te podía doler la panza ni querías ir al baño porque no podías”.23 Jerarquía y disciplina aparecen a la par de situaciones de solidaridad y cooperación entre las trabajadoras:
“Por la cantidad de horas y te exigían a la costurera que tenía que entregar esas tres mil bolsas, sí o sí… a veces había costureras más ligeras todavía, había unas de Villa Rosas, que eran mayores… eran una maravilla, pero también… ¡como teníamos que estar para dar vuelta las bolsas! Y le ayudaban a la que le faltaban, ponele, veinte, treinta bolsas se las cosían ellas y al otro día se las devolvían y así, de esa manera se ayudaban unas a las otras, porque sino era imposible.”24
Es posible inferir que estas formas de solidaridad subrepticia existieron a lo largo del tiempo. Distintas investigaciones ponen de manifiesto que, aún sin un conflicto abierto, la cooperación y solidaridad entre trabajadorxs eran fundamentales para sobrellevar las duras jornadas de trabajo (Lobato, 2001; Miravalles, 2013; Scheinkman, 2021; Scott, 1990) y parte fundamental de la formación de una cultura de clase dentro de los establecimientos fabriles. A su vez, no sólo se desarrollaban resistencias y solidaridades a ras del piso, sino que también los periódicos anarquistas de la década de 1920 permiten ver de qué forma las obreras de la bolsa
21 Entrevista a Beatriz Lugones (2006) e Isabel Trujillo (2006), Archivo del Museo Taller Ferrowhite. 22 Entrevistas a Ida Mohamed (2006/2021), Archivo del Museo Taller Ferrowhite.
Entrevistas a Ida Mohamed (2006/2021), Archivo del Museo Taller Ferrowhite.
Entrevistas a Ida Mohamed (2006/2021) y Beatriz Lugones (2006), Archivo del Museo Taller Ferrowhite
se organizaban y confrontaban con sus patrones, pero también con sus compañeros. Esto es lo que muestra una carta del año 192425 firmada por “tres obreras de la aguja” de la fábrica CADE, ubicada en el barrio de Villa Rosas, cercano al puerto. La edición de noviembre de ese año del periódico anarquista bahiense Brazo y cerebro otorga un lugar al reclamo de estas obreras. En esa carta las trabajadoras de la fábrica CADE buscaban revelar las “injusticias e inmoralidades” que ejercían los dueños de la fábrica. En ella, denuncian las arbitrariedades y abusos cometidos por los encargados –a quienes llaman “esclavos del patrón”- sobre las “ingenuas e inexpertas” obreras. Asimismo, criticaban la lucha de los militantes varones de la FORA y la USA para frenar la Ley de Jubilaciones propuestas por el gobierno radical ese año, siendo que el descuento salarial que planteaba la ley ya se realizaba de “hecho” para con el trabajo de las mujeres, el cual, según las obreras, sufría un descuento del 10% desde hacía varios años. Para ello llamaban a las mujeres de las fábricas de bolsas a poner fin a todas las injusticias “formando una muralla donde se estrellen todas las tentativas de estos que no tienen el menor escrúpulo en jugar con nuestra honra, ensañándose hasta con nuestras familias sumidas en la más espantosa miseria.”26 Las fábricas de bolsas, entonces, eran un espacio laboral sexuado: marcado por las diferencias salariales entre varones y mujeres, pero también por relaciones de poder asimétricas, expresadas en diferentes formas de abusos en el interior de los talleres.
Como se observa, las fuentes abordadas permiten “ingresar” a las fábricas de bolsas del nudo ferroportuario de Ingeniero White y Bahía Blanca y reconstruir la experiencia de trabajo en las mismas. Los retazos del pasado que constituyen la materia prima de esta investigación muestran que clase y género eran constituidos y constituían los espacios laborales, que a su vez hacían de lugar de encuentro jerarquizado entre trabajadoras, trabajadores, capataces y empresarios. Las relaciones que allí constituyeron a lo largo del tiempo estuvieron atravesadas por la explotación, la vigilancia y el control de tiempo de trabajo, lo cual fue respondido por las trabajadoras a través de instancias de resistencia abierta y subrepticia, pero también de organización colectiva. Las fábricas no sólo eran lugares de producción de mercancías, sino también de relaciones y experiencias de género y clase.
Brazo y Cerebro, 11/1924 26 Brazo y Cerebro, 11/1924.
Si bien el trabajo en las fábricas ocupaba un lugar central en la experiencia de las trabajadoras, sus vivencias como obreras no empezaban ni terminaban allí. Es posible acompañar a las trabajadoras dentro y fuera de las fábricas para pensar su experiencia en una trama más amplia, constituida no solo por los espacios de trabajo, sino también por el ámbito familiar, de sociabilidad y ocio. La experiencia de estas trabajadoras fue importante para la formación y el desarrollo de una comunidad obrera. Esta noción es fundamental para pensar las relaciones entre los espacios de trabajo y su entorno y permite analizar la forma en que las amistades, el tiempo libre y los romances estaban estructurados a partir de la experiencia de las trabajadoras y trabajadores en un mundo que incluía a las fábricas, pero que las entendía en un entramado social más amplio. De esta manera, la idea de que el espacio y contenido de la experiencia de clase abarca todos los aspectos de la vida cotidiana es fundamental para analizar las dinámicas culturales desarrolladas dentro y fuera de los establecimientos laborales (Thompson, 1989; Lobato, 2001; Ándujar, 2019; Caruso, 2019 y 2022;
Nieto, 2022).
En relación a lo dicho anteriormente, las fuentes disponibles invitan a ingresar a las fábricas de bolsas, pero también a abrir sus puertas e historizar el desarrollo y formación de esa comunidad obrera, recorriendo y recomponiendo las relaciones entre los espacios intra y extra laborales. Para las entrevistadas, la experiencia de clase aparecía de forma indisociable a la experiencia familiar. Al respecto, una trabajadora cuenta que, de niña, su padre –quien era sereno de la empresa- fue expulsado del trabajo. Cuando este se apersonó en el lugar, un administrador de la empresa le pidió que sacara la lengua. Al hacerlo, le respondieron de forma burlona que con esa lengua podía ir a trabajar al correo. Su padre se fue llorando de la empresa. A partir de esta anécdota, la obrera explicaba las diferencias entre “ricos y pobres27” al interior de los espacios laborales, vividas en su infancia como un episodio de humillación hacia su padre. En este relato, la obrera anudaba la experiencia de clase con la vida familiar.
Otras entrevistadas comentaban que sus familiares trabajaban en Ingeniero White: sus padres eran ferroviarios mientras que sus hermanos eran diqueros en el puerto. La forma en la cual esa experiencia de clase era aprehendida sucedía antes y durante el trabajo en las fábricas de bolsas, articulando una cultura obrera que -es posible imaginar- se construía no sólo en las labores fabriles, sino también
Entrevistas a Ida Mohamed (2006/2021), Archivo del Museo Taller Ferrowhite
en los encuentros familiares y las mesas compartidas en el día a día.
Una serie de fotografías de la década de 1950 invitan a explorar los vínculos entre lo sucedido dentro y duera de las fábricas. Las Imágenes 3 y 4 retratan la fiesta de compromiso de la trabajadora Isolina Paez. Amigos y amigas, familiares, bebidas, ropa de fiesta y risas pueblan y recorren esas imágenes. Sin embargo, las mismas presentan una particularidad: fueron tomadas dentro de la fábrica Gorbatto.
Estas imágenes invitan a pensar el mundo fabril como un espacio de trabajo, pero también como un lugar para la construcción de afectos, amistades y amores (Scheinkman, 2021). Para muchas de las trabajadoras, el ingreso a las fábricas fue una posibilidad para construir amistades a partir del trabajo. Las memorias de las obreras mencionan que “éramos como una familia, nos cuidábamos entre todas”28 y que una gran mayoría de ellas provenía de Ingeniero White y de los barrios cercanos al puerto. De esta forma, el trabajo en la industria de las bolsas
Entrevistass a Ida Mohamed (2006/2021) y Beatriz Lugones (2006), Archivo del Museo Taller Ferrowhite
unificaba trayectorias de vida dispersas, que se transformaban a partir de la vida en las fábricas. Esas amistades comenzaban a partir de compartir la cotidianeidad laboral, pero continuaban en las fiestas y carnavales de Ingeniero White. Las trabajadoras recuerdan que “salíamos los sábados y domingos [a las fiestas que tenían lugar en Ingeniero White] (…) íbamos todas juntas, a lo mejor iban dos señoras grandes con nosotras y después íbamos ocho, diez chicas, todas juntas. Después volvíamos todas juntas, todas vecinas, todas amigas”. El Club Puerto Comercial de Ingeniero White era escenario de bailes y kermesses, donde “había corsos, hacían comparsas. Íbamos con los colores de Comercial, nos saludaban, nos aplaudían. Después cuando íbamos al baile no nos cobraban la entrada…”29.
Pero no sólo ocurrían amistades y fiestas luego del trabajo, sino también los romances comenzaban entre el polvillo de la arpillera y el sonido de las máquinas. Las obreras comentaban que “eran mujeres y varones, esas cosas…y los jóvenes, todo…y una más buena moza y el otro más buen mozo y el ojito y qué sé yo, esas cosas, eso pasa en casi todos los trabajos”.30 Sin embargo, estos romances estaban “vigilados” por dinámicas y costumbres construidas en el barrio portuario: las trabajadoras recuerdan que, si sus novios provenían de otro barrio que no fuera Ingeniero White, el romance estaba mal visto31. En relación a ello, afirmaban que “no sabíamos lo que era ir a Bahía [Blanca], nada, nosotros acá era todo. Así que ahí [en Ingeniero White] conocimos a nuestros maridos, nos pusimos de novio, íbamos a los bailes, se hacían los corsos”32 ¿Así habrá comenzado el amor de Isolina, entre pilones de bolsas? ¿Su pareja provendría de Ingeniero White o fue un amor que desafió las costumbres del barrio? Las fotografías de su fiesta de compromiso no permiten responder estas preguntas, pero sí unifican diversos rastros de la experiencia obrera. Estas imágenes permiten reconstruir los fragmentos de una experiencia diversa y cobran sentido al ser insertas en una red más amplia, en diálogo con otros documentos como las entrevistas. Lo que esto habilita es la posibilidad de acceder a otras áreas de la experiencia de clase que no se encuentran en las entrevistas o diarios y revistas (James y Lobato, 2024). Las mismas condensan una serie de tramas que invitan a leerlas de forma conjunta. Las amistades, el disfrute y el romance se desarrollaban de forma interrelacionada con las jornadas extensas de trabajo a merced del invierno frío o los abrasadores calores del verano. El lugar del trabajo, entonces, habilitó la constitución de
Entrevistas a Ida Mohamed (2006/2021) y Beatriz Lugones (2006), Archivo del Museo Taller Ferrowhite 30 Entrevista a Isabel Trujillo (2006) y Rosa Ortiz (2006), Archivo del Museo Taller Ferrowhite
Entrevistas a Ida Mohamed (2006/2021), Archivo del Museo Taller Ferrowhite
Entrevista a Maruca Sbaffoni (2006) y Rosa Ortiz (2006), Archivo del Museo Taller Ferrowhite
familias y amistades y la formación de memorias y recuerdos de las trabajadoras, atravesados por esa experiencia de explotación, pero también de alegría y disfrute juvenil, como aparece en las fotografías que nutren este apartado. En las fábricas no sólo se cosían bolsas, sino que allí las trabajadoras también hilaban historias y experiencias que daban cuerpo a una identidad y una cultura obrera.
Lo desarrollado hasta aquí permite observar las formas en las cuales las experiencias laborales y extra laborales de las trabajadoras fueron decisivas al momento de construir una comunidad y una cultura obrera en Ingeniero White. Los lugares de trabajo, las comunidades familiares y geográficas, los bailes y fiestas, los romances y las amistades que se analizan a partir de las fuentes permiten observar que la formación de una comunidad obrera estaba atravesada por elementos culturales y sociales amplios y diversos. Recuperando los aportes de Laura Caruso (2019) y Daniel James (2004), la posibilidad de reparar –aunque sea de forma somera- en esta compleja red de relaciones e interacciones sociales permite comprender que una comunidad obrera resulta de un proceso configurado por las trabajadoras y trabajadores a partir de sus experiencias de clase y género.
Al principio de esta investigación, una serie de preguntas funcionaron como disparadoras para abordar la experiencia de las mujeres trabajadoras en las fábricas de bolsas de Ingeniero White entre principios y mediados del siglo pasado:
¿cómo entender la instalación de estos espacios laborales? ¿Qué rol jugó el trabajo femenino en la dinámica agroexportadora? ¿Cómo fue esa experiencia de trabajo en las fábricas de bolsas? ¿De qué forma se imbricaron clase y género en esos espacios? ¿Estuvo libre de conflictos? ¿Y si los hubo, qué forma tomaron? ¿De qué forma se relacionan las preguntas anteriores con la formación de una comunidad obrera?
A partir de lo trabajado, fue posible observar que el desarrollo de un nudo ferroportuario en Ingeniero White fue condición de posibilidad para la integración de Bahía Blanca y la región en la dinámica de la economía agroexportadora y el mercado internacional. En relación a esto, la fabricación de bolsas de arpillera fue una preocupación de primera línea para las empresas y grupos exportadores, por lo que su instalación en zonas cercanas al nudo ferroportuario era clave para facilitar la producción, el mantenimiento, acopio y reparto de las mismas, a la vez que aseguraban la exportación de la producción regional hacia el mercado mundial. Esto no fue un fenómeno que se dio únicamente en Bahía Blanca, sino que lo analizado en estas líneas permite comprobar la existencia de un proceso acompasado a nivel local y nacional, lo que posibilita afirmar que el desarrollo del sector exportador y la fabricación de bolsas de arpillera acompañó un proceso que se daba a nivel general. A su vez, la investigación permitió observar que el
trabajo femenino en estas fábricas era fundamental, ya que casi la totalidad de las personas empleadas allí eran mujeres de distintas edades y, por lo tanto, de vital importancia para el desarrollo económico local y nacional, posibilitando la integración de Bahía Blanca y la región en el mercado mundial.
El análisis de fuentes diversas permitió observar el proceso de trabajo desde la propia experiencia de las trabajadoras a pesar de la invisibilización de esta rama laboral en buena parte de la historiografía disponible sobre el mundo del trabajo portuario en la Argentina. Partiendo de esto, esta investigación permitió ver que en las fábricas de bolsas no sólo se producían, apilaban y reparaban bolsas, sino que las mismas estaban articuladas en torno a relaciones de clase y género que se desarrollaban en estos espacios. Las fábricas eran tanto un lugar para la producción como un espacio jerarquizado donde trabajadoras, trabajadores, capataces y empresarios constituyeron relaciones sociales marcadas por la explotación, la vigilancia, el conflicto y la resistencia abierta y subrepticia, construyendo así relaciones de lucha, pero también amistades y solidaridades proletarias. De esta forma, se pudo observar que las mismas no sólo eran lugares de producción de mercancías, sino también de relaciones y experiencias de género y clase. Finalmente, se pudo analizar las formas en las cuales las experiencias intra y extra laborales de las obreras fueron claves para constituir una comunidad obrera y una cultura de clase en Ingeniero White. Amistades y familias, amores y compromisos, fiestas, carnavales y kermeses aparecen anudadas en redes de interacciones sociales atravesadas por la clase y el género, habilitando la emergencia de una comunidad obrera en torno al puerto de Ingeniero White.
Teniendo en cuenta lo desarrollado hasta aquí, este trabajo buscó aportar a la discusión en torno al trabajo y el género en los espacios portuarios. Desde ya hace algún tiempo, trabajos que abrevan en el cruce de la historia social con los estudios género han tensionado las imágenes sedimentadas del trabajo en las comunidades portuarias como una labor predominantemente masculina, insistiendo en la imbricación entre el género y la clase en estos territorios de la experiencia de trabajadoras y trabajadores. Continuando con esa línea de análisis, aquí se buscó realizar un primer acercamiento a las formas específicas a través de las cuales clase y género tomaron forma en el mundo del trabajo local. Las mismas serán investigadas en mayor profundidad en futuras indagaciones que forman parte de una investigación más amplia sobre la formación de una comunidad obrera en torno al puerto de Ingeniero White, en la ciudad de Bahía Blanca. Quedan pendientes para próximas investigaciones una serie de cuestiones a abordar:
¿de qué forma el proceso y la forma de trabajo en las fábricas de bolsas sufrió modificaciones a lo largo del siglo XX, a la luz de procesos locales, nacionales e internacionales, tales como la crisis de 1930, la irrupción del peronismo y su posterior derrocamiento o la huelga portuaria de 1966? ¿De qué forma impactó
esto en la experiencia de las trabajadoras? ¿Pueden las fotografías del trabajo y la sociabilidad ser utilizadas para analizar en mayor profundidad la experiencia de clase y género en Ingeniero White, en pos de ampliar la comprensión de estos ejes de indagación? Las perspectivas de trabajo que estas cuestiones plantean pueden ser fundamentales para un abordaje que sirva para complejizar las investigaciones existentes.
Con todo, a partir de las conclusiones de la presente investigación –y de los ejes a profundizar- es posible repensar el trabajo y la experiencia de clase y género en uno de los nodos centrales de la economía agroexportadora argentina, así como complejizar el proceso de formación de la clase obrera local y nacional.
Fuentes publicadas en formato libro:
Prensa periódica publicada
Prensa editada por entidades patronales:
Entrevistas orales
Aires, Imago Mundi.
Buenos Aires, Manantial.
Buenos Aires, Waldhuter Ediciones.
Huellas de su formación. Buenos Aires, Prometeo.
Ciudad de México, Ediciones Era.
Scott, Joan Wallach (1999). El género, una categoría útil para el análisis histórico en Catherine R. Stimpson y Marysa Navarro (eds), Sexualidad, género y roles sexuales, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.