DOSSIER POBLACIONES FLUVIALES
Urban fronts and aquatic bodies. A sighting at the coastal
edge of the city of Paraná (Entre Ríos)
DOI: http://doi.org/10.33255/25914669/7217
Morena Goñi https://orcid.org/0000-0002-1713-5046
Centro de Investigaciones Sociales y Políticas (CISPO) Consejo Nacional de investigaciones científicas y técnicas Facultad de Ciencias de la Educación (FCEDU) Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER)
Rosario, Santa Fe
Argentina
Las siguientes páginas tienen por objeto brindar una radiografía des- criptiva del frente costero de la ciudad de Paraná (Entre Ríos). A partir de un recorrido realizado por vía acuática, se mapearon alrededor de 12 kilómetros de costa -desde los Miradores de Bajada Grande hasta La Toma Vieja-, con la finalidad de narrar y describir las apropiaciones materiales y simbólicas que se presentan en este emblemático espacio. Situado en el campo de los estudios urbanos, que hibrida aportes de la geografía crítica, la antropología, el giro espacial, y otros, se busca suturar una vacancia fundamental y crear disparadores que proble- maticen el estado de situación de la ribera de la ciudad capitalina.
piaciones espaciales
The following pages aim to provide a descriptive snapshot of the wa- terfront of the city of Paraná (Entre Ríos). Based on a survey conduc- ted by water, approximately 12 kilometers of coastline were mapped— from the Miradores de Bajada Grande to La Toma Vieja—with the aim of narrating and describing the material and symbolic appropriations present in this emblematic space. Situated within the field of urban studies, which hybridizes contributions from critical geography, an- thropology, the spatial turn, and others, this work seeks to fill a fun- damental gap and create prompts that problematize the current state of the city’s riverfront.
Desde tiempos inmemoriales las sociedades buscaron asentarse en las riberas de los cuerpos de agua, ya sean fluviales, marítimas o lacustres. En tanto espacios de abastecimiento, desecho o circulación, los bordes costeros fueron vitales para la supervivencia de los núcleos sociales. En esa lógica, estos segmentos absorbieron, refractaron y localizaron tendencias escalares. En ellos persiste la herencia material de ese derrotero histórico.
Desde las épocas coloniales, las riberas del litoral argentino albergaron apropiaciones de perfil productivo, incluyendo estructuras portuarias, ferroviarias, industrias, instalaciones hídricas, extractivas, espacios de almacenamiento, entre otras. Entrado el siglo XX, los cambios en las tendencias económicas generaron la paulatina emergencia de nuevas apropiaciones; ofertas recreativas, deportivas, inmobiliarias, turísticas y culturales, se posaron sobre los antiguos fósiles productivos, reciclando o demoliéndolos según los casos. Como novedad, los cuerpos de agua fueron concebidos, no sólo como espacios funcionales, sino como elementos paisajísticos y escenográficos. Localizarse próximo a ellos se tornó un activo esencial del espacio urbano.
El presente trabajo se aboca al estudio del frente costero de Paraná (Entre Ríos), una ciudad de escala media ubicada en el litoral argentino, sobre el margen este del río Paraná. Este nodo urbano debe su crecimiento al río, ya que desde el siglo XVII se constituyó como un embarcadero vinculado al tránsito fluvial. A los movimientos portuario-comerciales de la primera época, se le sumaron un sinfín de instalaciones productivas que se valieron de las barrancas costeras, que alcanzan alturas de 80 metros, para facilitar los movimientos de carga y descarga de las embarcaciones. Así, en la topografía escarpada próxima al río, se enquistaron explotaciones calíferas, embarcaderos, herrerías, refinerías, cementeras y otras industrias.
Estas actividades ligaron la ribera, durante casi tres siglos, a una cultura fundamentalmente productiva, obrera y pesquera. No obstante, en la primera mitad del siglo XX, la administración municipal tomó la decisión de desafectar las apropiaciones productivas de su costa central y destinarla a usos recreativos, deportivos y de esparcimiento. Las instalaciones anteriormente nombradas quedaron restringidas a la ribera oeste, con límite en el arroyo Antoñico. Con ello, la costa central y la barranca, en una extensión de 44 hectáreas, quedaron liberadas y prestas para trabajos de embellecimiento. Esta intervención materializó el Parque Urquiza, la avenida costanera y una franja balnearia donde realizar actividades recreativas, turísticas y náuticas. Con el correr de los años, parte de este último espacio fue concesionado a diferentes entidades deportivas, o adquirido por propietarios particulares. Aunque el río siguió siendo constitutivo de la ciudad, estas intervenciones cambiaron cualitativamente el perfil de esa ontología.
Atendiendo a su carácter constitutivo, las siguientes páginas tienen por objetivo crear una aproximación descriptiva al frente costero de la ciudad de Paraná. Se trata de un relevamiento realizado desde el lecho del río, con la finalidad de generar una radiografía estática del desplazamiento, que ponga atención a los testimonios materiales, su presencia parcial o su conservación total, y también a los elementos simbólicos, en síntesis, al espacio social lefebvriano (2013).
Existen innumerables producciones que analizan los procesos de transformación de los frentes ribereños, tanto en las ciudades del norte como del sur global. Con continuidades y rupturas, la reconversión de las riberas productivas en clave de servicio puede apreciarse en múltiples ciudades de la región1. Para el caso de la ciudad de Paraná, se han publicado una batería de indagaciones que tuvieron por objeto diferentes nodos del borde costero. En algunos casos, se repusieron análisis histórico-culturales de las trayectorias ribereñas, sus materialidades y actores, a partir de la territorialización de los enclaves portuarios (Rocha, Melhem, 2012; Páez, 2018; Musich, et al, 2018; 2019; 2021; Musich, Melhem, 2019), o a través de la transformación de los espacios públicos (Melhem, 2023). Otras producciones abordaron segmentos costeros específicos, como el caso de Bajada Grande, desde una perspectiva territorial y ambiental (Blanca, 2012; 2013), o el área costera afectada al Túnel Subfluvial, auscultada desde la antropología urbana y arquitectura, tanto en su pliegue subterráneo, donde se desarrolla la infraestructura (Gaztañaga, 2017; Müller, Costa, 2021), como en la superficie, tejido donde se localizan apropiaciones residenciales privadas (Costa, 2016). Estas investigaciones constituyeron antecedentes fundamentales para recomponer la historia y actualidad de la franja costera de Paraná. Sin embargo, se trata de trabajos que no exploran la costa como unidad de sentido, o reponen una mirada sistemática sobre ella.
En otra escala, un flujo de obras ofrece pistas sobre la gimnasia metodológica y epistemológica que persigue este trabajo. Se trata de experiencias académicas, literarias y artísticas, tanto escritas (Molfino, Romero Acuña 2021; Silvestri, 2021; Arlt, 2015; Prieto, Silvestri, 2011; Mori, 2018; Taller Ecologista, 2006; Meitin, 2019) como audiovisuales (Solomonoff, Berard, 2011; CIU, 2019), que sitúan sus análisis en el corazón del río Paraná. Considerando que la mayoría de las investigaciones que abordan la semantización de las costas lo hicieron localizando la mirada desde tierra firme, estas obras constituyen insumos de gran valor para internalizar la
1 Paraná tuvo una refuncionalización relativamente temprana en comparación con otras ciudades de la cuenca del Plata, donde las instalaciones productivas y ferro-portuarias ocuparon la ribera hasta épocas de tercerización económica. Para profundizar en el proceso de alguna de estas ciudades, véase: Rosario (Galimberti, 2014; Vera, et al, 2015; Roldán, Godoy, 2020; Goñi, 2022); Co- rrientes (Rus, 2019), Posadas (Millán, 2010), Santa Fe (Fedele 2010, 2011), Tigre (Narodowski, 2012; Ríos, 2017; Pintos), Buenos Aires
(Dandón, 2020, Casas, 2022), Gran Buenos Aires (Wertheimer, 2018).
estética y materialidad de una escritura localizada desde el agua.
Por otro lado, cabe destacar que la indagación de las ciudades de escala media en general, y de la ciudad de Paraná, en particular, no abunda en materia de análisis urbano2. Es allí, y en sinergia con las dos variables repasadas, que proponemos el avistaje a la franja costera de la ciudad de Paraná situándonos desde la línea de flotación. El recorrido se realizó en una embarcación particular el 9 de octubre del año 2022. El segmento mapeado comprende aproximadamente 12 kilómetros de costa, correspondiente al área urbanizada3, partiendo desde el borde noroeste, sobre el meandro donde se emplazan los Miradores de Bajada Grande, hasta el extremo noreste, en la zona de la Toma Vieja y el barrio privado Puerto Barrancas. El punto de partida y de regreso fue el Club Náutico, espacio donde se sitúa la guardería náutica. En este orden de cosas, por cuestiones organizativas el trabajo se divide en tres secciones coincidentes con tres tramos del frente fluvial. En primer lugar, la costa noroeste, que comprende desde los Miradores de Bajada Grande hasta el Puerto Viejo, con límite en el arroyo Antoñico; en segundo término, la costa central, que abarca desde el Club de Pescadores hasta el Puerto Nuevo; finalmente, la costa noreste, que se extiende desde Puerto Sánchez hasta la Toma Vieja (figura 1).
Se puede hacer mención a los trabajos realizados por el Observatorio Urbanístico del Área Metropolitana Santa Fe-Paraná, aun- que se trata de diagnósticos orientados a la aplicación de políticas territoriales a escala metropolita.
En total, Paraná cuenta con 24 kilómetros de costa, pero en 12 de ellos, la huella urbana no tiene contacto con el agua por ser una zona de anegadizos. Si bien existen proyectos para acondicionarla como futura costanera (PETP, 2017; PEyS, 2015), hoy en día es una suerte de espalda urbana, ya que allí se localizan los desagües cloacales de la ciudad y el “volcadero”, un basural a cielo abierto.
En términos disciplinares, el trabajo se inscribe en el área de los estudios urbanos, un campo híbrido y aún magnánimo, que ha recibido aportes la geografía crítica, la sociología urbana, la arquitectura, el urbanismo, la antropología, entre otros. La confluencia se gestó a partir de los años 1980s, en un intento de suministrar una estrategia novedosa para estudiar las ciudades y lo urbano, fenómenos que resultaban laberinticos para ser abordado con las herramientas disciplinares clásicas. A estos se sumó, una década más tarde, el giro espacial y sus producciones críticas, que le dieron aún más profundidad a este campo (Warf, Arias, 2009). En esta línea, otro objetivo que persigue el trabajo es contribuir a agritar los tabiques divisorios entre las disciplinas. Se trata, en palabras de Achilli (2013), de reconocer que existen procesos subrepticios que se mueven entre y a través de la lupa de las disciplinas científicas. Precisamente el espacio es uno de ellos.
Así como se inscribe en un plexo interdisciplinar, el trabajo pretende hibridar metodologías, temporalidades y registros narrativos. Siguiendo el concepto de caja de herramientas foucaultiano (1999), articula la estrategia etnográfica, principal recurso del avistaje, con el análisis sociológico y la hermenéutica de lecto-comprensión histórica.
Esta triangulación posibilitó un ingreso poliédrico al objeto de estudio, no obstante, resulta importante mencionar aspectos metodológicos que incidieron en el proceso de investigación.
La estrategia se distancia en cierta medida de la etnografía canónica. A diferencia del trabajo de campo convencional, la etnografía urbana no investiga a “otros” nativos que residen territorios lejanos, sino que se centra en el mundo urbano y lo cotidiano, espacio al que, con frecuencia, el mismo investigador pertenece (Jaramillo, 2013; Espinosa, 2021). Este hecho complejiza el ya tenso binario ajenidad-mismidad. Además, en tanto el científico no se desplaza al campo, sino que se encuentra en una suerte de “inmersión permanente” (Espinosa, 2021), no existe separación tajante entre el momento de observación empírica y de formalización conceptual (Rockwell, 2009). Ello deriva en una recodificación de las etapas de investigación y su secuencia cronológica, habilitando, por ejemplo, a que el investigador reflexione teóricamente sobre un fenómeno al mismo tiempo que lo experimenta espacial y empíricamente (Kusenbach, 2023; Quiceno, Echeverri, 2021).
A su vez, la observación participante, protocolo de la práctica antropológica, y su pretensión holística ante el objeto, resultan ineficaces frente a la multiplicidad, dispersión y vastedad que caracteriza a la ciudad (Noel, Segura, 2016). En su lugar, se apela a “observación paradójica”, relativa a la atención flotante psicoanalítica (Deldago, 1999:46). La aplicación de esta técnica democratiza los nodos de atención, dejando al observador vacante, flotando sin referencias, sin jerarquizar ningún elemento particular. Este enfoque resultó especialmente atinado para
relevamiento fluvial, ya que éste no se realizó por un periodo de tiempo prolongado o en reiteradas ocasiones, sino en único recorrido. Durante este proceso, el cuerpo fue un vector determinante para captar paisajes sonoros, táctiles, olfativos, además de visuales, permitiendo a los sentidos trascender la subordinación al aparato racional-cognitivo asociado a la vista (Cosgrove, 2002).
Por tratarse de una exploración efímera, esta herramienta tuvo apoyo complementario en la captura fotográfica secuenciada y en la toma de notas- fragmento in situ, a modo de pequeñas evocaciones textuales, conforme lo permitía la inmediatez de la experiencia. Luego, el relevamiento fue complementado con un escrutinio digital, a través de las imágenes satelitales de Google earth y el Visor Catastral de Entre Ríos (ATER, s.f.). Estos instrumentos ayudaron, por un lado, a localizar la imagen panorámica-horizontal del recorrido, en la representación cartográfica-cenital, es decir, sintetizaron la tensión entre el espacio antropológico y geométrico (Ponty, 1993). Por el otro, proporcionaron datos para examinar el tramado dominial de cada sector. Con estos elementos, se apuntó a darle un orden lineal a aquello que en realidad no lo tiene, pues el cuerpo no repone una memoria enciclopédica, sino difusa. En este ejercicio de modulaciones se llegó a un tejido descriptivo medianamente denso, síntesis de la sensorialidad del cuerpo, el material visual y las notas de campo.
El siguiente paso fue dislocar ese paisaje recientemente ensamblado a través de la contextualización histórica. Por medio de una compulsa bibliográfica y archivística –fuentes hemerográficas, documentos estatales –planes estratégicos y urbanos-, publicidades inmobiliarias-, se crearon paréntesis de sentido que narran el derrotero histórico de determinados segmentos. En esta línea, se apeló a la noción de contexto (Achilli, 2013), en tanto resulta fundamental exhibir las relaciones, las contingencias, las tendencias globales y regionales, las huellas temporales, que conforman los elementos observados. En ese gesto se buscó problematizar el espacio, mostrar que no es un simple contenedor estático, a-histórico, o autopoiético, sino que, al igual que otras dimensiones, es producto de relaciones y está en constante movimiento.
Finalmente, como menciona Espinosa (2021:110), para dar cuenta de un objeto fragmentario, se debe invocar una escritura igualmente fragmentaria, que sea capaz de pendular “entre lo fotográfico y cinematográfico”. Por eso, el trabajo conjuga dos registros narrativos, el académico y el literario-ensayístico, para dar cuenta, no sólo del conocimiento científico, sino del acervo corporal y el agenciamiento subjetivo. En síntesis, el relato se aproxima a una deriva cubista, con varias caras, estrategias y registros, buscando suministrar textura al texto y rugosidad del espacio geométrico. Se espera que esta hoja de ruta arroje claridad sobre las propiedades y apropiaciones que yacen en este polisémico espacio para poder, posteriormente, trazar sistematizaciones que le den inteligibilidad a este
sector.
Ingresamos al río en una lancha Robinson color blanco con capacidad para ocho personas. Partimos desde el Club Náutico, una entidad deportiva y recreativa ubicada en la ribera noreste de la ciudad de Paraná, justo al lado del complejo del Túnel Subfluvial. Me ubico en la parte delantera de la embarcación para tener una panorámica sin obstáculos. Llevo mi cámara. La lancha acelera y el viento ensordece mis oídos, pero giro la cabeza para escuchar al conductor. Su sugerencia es realizar el avistaje con un recorrido oeste-este, contra la corriente que se dirige hacia el río de La Plata y al océano Atlántico. Nos alejamos a toda velocidad de la costa, dejando una estela sobre la manta marrón del río. Bordeamos por el lado santafecino la isla Puente, un territorio anfibio de casi 3.000 metros de longitud. El río está bajo, advierte el conductor, aunque no llega a los niveles históricos que mostró durante el año 2021, momento en que la isla Puente y el islote Curupí
–ubicado justo en frente a 250 metros- quedaron unidos por un amplio banco de arena.
La textura del río no asemeja la de un cuerpo líquido, es espeso y viscoso. Su color y su densidad provienen de los sedimentos que yacen en el lecho y los que flotan en la superficie. Se puede encontrar arena de Brasil o limo arcilloso de los Andes. También se trasladan río abajo camalotes y otras especies vegetales y animales que hacen rizoma en múltiples orillas. El día está nublado, por lo que el marrón se torna todavía más opaco y la visibilidad hacia abajo es prácticamente nula. Pienso que los peces deben guiarse antes por lo háptico que lo óptico en este ecosistema. La lancha fractura y convulsiona la superficie. Deja una espuma blanca que contrasta sobre ese color barroso.
Para iniciar el mapeo nos acercamos a la costa a la altura de Bajada Grande, sector ubicado en el kilómetro 590 del río Paraná y espacio en el que la ciudad tuvo origen. Aquí se construyó, durante el siglo XVII, el primer embarcadero conocido como el paraje ‘La Capilla’, ‘La Calera’, ‘La otra Banda’, ‘La otra parte del Paraná’, ‘La Baxada de Santa Fe’, ‘El Pago de la Otra Banda o La Baxada del Paraná’, entre otros nombres. Sucedió en el momento en que los primeros pobladores criollos cruzaron desde Santa Fe ante el traslado de su antigua ciudad. Este asentamiento, que primero se caracterizó por la ganadería y luego por la explotación calífera, dependió del cabildo de Santa Fe hasta 1813, momento en que Bajada fue elevada al rango de Villa.
Aminoramos la marcha en el sector ubicado en una curvatura pronunciada del río, allí donde el curso fluvial vira abruptamente hacia el sureste. Allí se emplaza el complejo Miradores de Bajada Grande, un espacio público y recreativo. Como su nombre lo indica, las visuales desde este nodo son panorámicas hacia el río
y los humedales. Nos aceramos a escasos metros de la playa balnearia que fue rehabilitada hace diez años y apuntamos la proa en dirección norte. El segmento de arena tiene varios metros de largo y pocos de ancho, aunque ello varía según el nivel del río. Sobre ella se encuentran unas cuatro o cinco personas tomando mate. El complejo cuenta además con espacios de parrilla, mesas y bancos que alcanzo a divisar desde el agua.
Avanzamos contra la corriente y pasamos junto a un muelle de material ubicado paralelo a la costa que balconea unos metros sobre el agua. Funciona como una extensión del parque que tiene detrás. Sobre él se encuentran algunos pescadores deportivos que lanzan sus cañas a lo lejos y nos miran, con desconfianza, pasar entre sus rieles. Se trata de una reconstrucción del antiguo muelle edificado en las últimas décadas del siglo XIX, cuando el modelo agroexportador afianzaba su articulación con el exterior con las trazas ferroviarias y las redes fluviales. Los restos del muelle original asoman desde agua y desde la arena. Las maderas rotas parecen puntas de lanzas. Flotamos cerca de las columnas de hormigón que sostienen la nueva plataforma, alcanzando a leer en una de las vigas una inscripción que reza “la vida es vella”, en aerosol negro.
Remontamos el río. La arena costera deja lugar a pastizales. Las malezas, de gran altura, desintegran paulatinamente el perfil recreativo de la ribera. Los árboles avanzan tomando parte de ella y se abalanzan hacia el río. Aparecen tubos de hierro angostos y desvencijados que se introducen algunos metros sobre el agua. Se trata de dragas que succionan arena del lecho del río y la arrojan sobre la costa, donde se encuentra la arenera Farjat. Entre montículos de arena se alcanza a distinguir camiones y maquinarias. Inmediatamente, la lancha tuerce su rumbo y se aproxima al canal del río. Debemos esquivar un muelle, de unos cuarenta metros de largo, que se inserta en el agua truncando nuestro curso. La figura corona con un pontón de hormigón sobre el que se emplazan maquinarias metálicas corroídas. Sobre él, un grupo de hombres jóvenes toman vino en caja y nos siguen con la mirada atenta. Tienen sus cañas atadas a los barandales oxidados que perimetran el prisma acuático.
A escasos metros, las apropiaciones recreativas desaparecen definitivamente. Se visualizan una decena de embarcaciones austeras que yacen sobre la costa. Son canoas de colores, aunque en mal estado, con la pintura descascarada y las carcasas deterioradas. Algunas tienen un pequeño motor en la parte trasera. “La Sarita”, “La Mojarra”, “El Pepe”, son algunos de los nombres que se exhiben en la parte delantera. Los botes se intercalan con desperdicios, basura y tanques metálicos. Un hombre flaco, de unos sesenta años y con la piel curtida por el sol, pasa junto a nuestra embarcación. Se deja llevar por la corriente. En ella acumula baldes, redes, palos, bolsas. Nos saluda mostrando una sonrisa desdentada. En la orilla, otro hombre, que viste botas de goma y pantalones largos, saca agua acumulada
en el interior de su bote con una botella plástica. Son pescadores artesanales. No usan cañas para pescar, su tecnología consta de redes y espineles que se colocan en el medio del río. No lo hacen por esparcimiento, como veníamos observando. La pesca es su oficio. Hay unas 50 familias en esta zona. La barranca escala en altura y entre la vegetación asoman sus viviendas. Son de modesta confección, con techos de chapa y frentes de ladrillo hueco sin revocar. Algunas casillas están elaboradas con materiales menos duraderos como maderas y metales. Las más cercanas al agua se apoyan sobre pilotes para hacer frente a las periódicas crecidas del río. Hay cercos improvisados con retazos de alambrados, tejidos rotos y tablas de madera.
El paisaje cambia drásticamente mientras giramos sobre un codo agudo que forma la ribera. Como esculpidas en la barranca se avistan casas con otra materialidad y morfología. Se trata de viviendas de alta gama que se precipitan sobre la costura fluvial. Los accesos son por la planta superior; se desarrollan en descenso, acompañando la pendiente del relieve. De tres, cuatro y hasta cinco plantas, las residencias rematan en su parte inferior con terrazas sobre el río. Algunas exhiben un estilo neoclásico, revestidas con revoques blancos sin imperfecciones, columnas sobredimensionadas y tejas rojas o azules sobre techos vanamente angulados a dos aguas. Otras ostentan un lenguaje más contemporáneo. Presentan geometrías puras y ángulos rectos, son de hormigón armado, solemnes, con ventanales corridos que proveen panorámicas hacia el río. Los jardines de la parte inferior tienen fuentes, palmeras, gramíneas, parrillas, espacios de tránsito y reposo realizados con decks de madera. La mirada recorre las piscinas espejadas erigidas pocos centímetros por encima del nivel del río. Se observan lujosos jacuzzis, motos de agua. La mayoría de las casas posee muelles privados. El contacto entre el agua y la vivienda no está mediado por ninguna otra materialidad. Pasamos junto a una con dos caniches que persiguen nuestro avance con ladridos histéricos. La dueña, que viste una bata negra y tiene un cigarro colgando de la comisura del labio, les ordena sin éxito que hagan silencio.
En lo alto, sobre este segmento que orilla a lo largo 1,5 kilómetros, balconean casas nuevas y lujosas. Se trata de viviendas particulares en pleno proceso constructivo. Los lotes pertenecen a la Caja de Previsión Social para Médicos y Bioquímicos de Entre Ríos, que aspira consolidar un complejo habitacional abierto, con todos los servicios para sus afiliados. Las calles internas nomenclan reconocidas figuras de este ámbito: “Doctora Elvira Rawson”, “Julieta Lanteri”, entre otras. El desmonte realizado sobre la barranca permite periciar con detalle el estado de cada una de las faraónicas viviendas. Llama la atención, sin embargo, un emprendimiento de mayor escala en esos lotes. Una grúa constructora de color verde erguida en vertical es seguida por decenas de encofrados y varillas de hierro. Estas figuras marcan el desarrollo inmobiliario denominado Signature Bajada Grande. Pertenece
a la desarrolladora Grupo CDS4 y consta de dos torres de edificios, de entre 10 y 15 pisos cada una. El emprendimiento, cuya narrativa publicitaria conjura un estilo de vida verde en un entorno securitario, está dirigido al segmento más alto del mercado, y suscita polémicas por la escala, la altura, el espacio en el que se emplaza y su aplicabilidad en el Código Urbano5.
A sus pies se descubre Avenida Estrada, que corre paralelo a la ribera por algunos kilómetros. Antiguamente, esta calle era la arteria por la que circulaban carros y tranvías de tracción a sangre, comunicando el asentamiento de Bajada, habitado por obreros y trabajadores portuarios, con la parte alta de la ciudad, donde se radicaron los actores más acaudalados. La calle atestigua un moderado tránsito vehicular en ambas direcciones.
En este punto las viviendas particulares se ausentan de la orilla. La costa se reduce a una pequeña pendiente, por tramos desmoronada, recubierta de piedras y arbustos secos. La angosta faja remata con un tejido metálico y alambres de púas. Al otro lado, las construcciones también se suspenden. La escena intercala vegetación con instalaciones productivas que, con la tercerización económica, cayeron en desuso. La última de ellas, la fábrica de Cemento Portland San Martín, derivada de las antiguas explotaciones calíferas, comenzó a funcionar en 1938 y dejó de hacerlo en la década de 1990s. Como menciona Mariana Melhem (2023), se trataba de una fábrica con tecnología de punta para la época que, además, contaba con su propia usina generadora de energía.
Del paisaje descollan silos de conservación, galpones, tambores de chapa, chimeneas y otras estructuras funcionalistas que se sucedieron en los años de las políticas de fomento industrial. Ahora, el paisaje de lo que alguna vez fuera una postal dinámica, se exhibe enmudecido y paralizado. Entre los elementos sobresale, imponente, un conjunto de estructuras cilíndricas. Son diez silos. De la parte alta de los dos primeros, aunque despintada, logra leerse la palabra “cemento”. A lo largo del intersticio que separa ambos cilindros, se torsiona una escalera caracol en malas condiciones de conservación. Destacan las paredes grisáceas, descuidadas, el óxido en las chapas, los ventanales con vidrios rotos, los marcos dislocados, las manchas sobre las fachadas. Escalan arbustos sobre los techos y paredes de la fábrica. Sobre el agua se insinúan atracaderos también fosilizados.
Grupo CDS está compuesto por las constructoras Caballi S.A., Dujovne Bienes Raíces y Szczech S.A.
Recientemente, la municipalidad convocó a la Comisión Permanente de Revisión y Actualización del Código Urbano para intro- ducir reformas en el Código Urbano de Paraná. La ordenanza nº 8.563 define al distrito UR6 –delimitado en Av. Estrada, el arroyo Antoñico, Av. Larramendi y calle Croacia- como un espacio de baja densidad urbana. Sin embargo, en el plan “Paraná Emergente y Sostenible” se lo señala como un espacio estratégico para atraer inversiones inmobiliarias de densidad media-alta, con fines residenciales, hoteleros y terciarios (PEyS, 2015:209). Con las modificaciones propuestas, se pretende habilitar la intervención de desarrollos urbanísticos de gran escala, con edificaciones de hasta 45 metros de altura, restringidos anteriormente.
Continuamos avanzando y los esqueletos productivos dejan lugar nuevamente a residencias de alta gama. Una losa blanca en voladizo, suspendida sobre dos garitas de seguridad jerarquizan el ingreso a un barrio privado. En esta ocasión se trata del emprendimiento denominado Puerto Urquiza, como se lee en el cartel de bienvenida, un espacio residencial de 35 hectáreas que se enclava en la barranca, justo al lado del Parque Nuevo Humberto Varisco. El espacio, perimetrado por columnas de material y rejas verdes, fue adquirido en el año 2010 por la desarrolladora Ribera S.A. Como parte del convenio llevado adelante con la municipalidad, quedó a cargo del privado la apertura de calles públicas para vincular Avenida Estrada con Larramendi, es decir, el sector este y oeste del parque. La altura en la que se emplazan las residencias las dota de visuales excepcionales hacia el río y la ciudad. La desarrolladora también adquirió el predio contiguo donde se emplazan las instalaciones de la fábrica Cemento Portland. Allí, planean ejecutar un espacio de servicios compuesto de talleres, locales comerciales, sectores de entretenimiento y restaurantes. Además, el desarrollo prevé un complejo recreativo denominado Marinas, a la vera del río, con un puerto de deportes acuáticos, una guardería náutica y un espigón. Aunque la municipalidad se inclina a motorizar este tipo de desarrollos residenciales y terciarios para “revitalizar” el sector, el proyecto se encuentra en medio de litigios judiciales entre la cooperativa de trabajadores, los empresarios inmobiliarios y el municipio (PEyS, 2015:208,209).
El escrutinio sobre las residencias de alta gama se suspende y se fija unos metros más abajo, sobre la orilla. Montado sobre dos postes, un letrero anuncia “Atracadero ciudad de Paraná”, augurando lo que era, hasta hace el año 2009, el embarcadero de la balsa realizaba el cruce Entre Ríos-Santa Fe. Desde el año 1928 y hasta la inauguración del Túnel Subfluvial en el año 1969, se trató del único medio para pasar de una provincia a otra. Con el túnel en funcionamiento, continuó operando para cruzar vehículos que, por su carga o sus dimensiones, tenían inhabilitado el paso por él. Este cartel, ya despintado y deteriorado, augura también el comienzo de una difusa trama dominial. En este segmento, de aproximados 1000 metros, la orilla se desdibuja en forma y función.
Ingresamos en la zona conocida como el Puerto Viejo, espacio donde se emplazó, en el año 1822, el Puerto Capitalino, que tuvo una actividad interrumpida hasta 1904, momento en que fue trasladado al Puerto Norte –o La Santiagueña- por problemas de dragado (hoy, Puerto Nuevo). En este tramo las apropiaciones son múltiples. Las radicaciones productivas se alternan con propuestas de consumo. Se suceden las instalaciones de la ex metalúrgica Hierlam S.A., de la que se conserva una de sus chimeneas, que realizaba hierros laminados. El espacio funciona ahora como un boliche bailable. A ello le siguen un complejo tejido compuesto por plantas hormigoneras, areneras, constructoras y baldíos que son propiedad de sociedades
anónimas, grupos financistas y desarrolladoras6.
Nuestro paso arroja una radiografía degradada. Sobre el agua se intercalan barcos encallados y abandonados, matorrales que avanzan caóticamente hacia el río, escombros, caños de hierro amputados. La superficie de los objetos está recubierta con óxido y moho. Los colores terrosos dominan la escala cromática. En la orilla se profundiza el deterioro con palos enterrados, recipientes metálicos y canoas de pescadores enquistadas en la arcilla. Navegamos junto a un viejo remolcador que naufragó hace años, y que ahora quedó al descubierto por la bajante del río. Yace levemente inclinado y está completamente carcomido por el agua y el tiempo. El color ocre y las capas descascaradas le dan un aura fantasmática.
Por encima de la orilla se elevan estructuras productivas. La atención es imantada por un conjunto de tolvas cilíndricas bañadas en óxido que reposan sobre unas vigas de hierro, y por el crujir intermitente de alguna estructura en movimiento. Las mangas que se conectan a los cilindros indican que se trata de una hormigonera en actividad. A ella le siguen tanques, galpones, chapas, grúas y otras arquitecturas de la ingeniería degradadas. Años atrás, los elementos formaron un dinámico frente productivo, compuesto por herrerías, molinos, embarcaderos, fábricas de ladrillos, de cerámicas, de alpargatas. Luego del cambio de matriz productiva, fueron envueltos paulatinamente en el hermetismo. La escena se complementa con una edificación de ladrillos sin cubierta ni aberturas y, en el terreno próximo, un conjunto de figuras de hierro y metal en estado de abandono. Las siluetas indican que se trata de tanques petroquímicos que pertenecieron a las refinerías YPF y ESSO. En efecto, este espacio fue rematado por la municipalidad y destinado al depósito de inflamables desde 1934 (El Diario, 1935a).
Adyacente a este escenario, y por un limitado segmento, una decena de casas particulares se abaten sobre la costa. Una hilera de palmeras tupidas esconde parcialmente las tejas rojas, las arcadas y las columnas blancas. Tienen una factura apenas más modesta que las que presenciamos anteriormente. El inicio de la propiedad privada está taxativamente delimitado por rejas negras, que orillan el agua del río. Estas apropiaciones fuera de contexto se sostienen por algunos metros hasta que se abre una desprolija y sinuosa bajada. Tiene apenas unos veinte metros. Se trata de otro de los segmentos en el que los pescadores artesanales consuman sus actividades. No obstante, este pequeño acceso se encuentra actualmente amenazado por el pedido formal de los propietarios privados de cercar la zona y destinarla a usos recreativos e inmobiliarios. El último de los pedidos es instalar una escuela privada de canotaje.
Luego de este pequeño hiato retornan las apropiaciones industriales. A través
Algunos de los dominios que pudieron rebelarse pertenecían a CELCO S.A., Gravaflit S.A, Antolín Fernández S.A., Inversores Argentinos, Días e Hijos S.A.
de los alambrados rotos se observan camiones y montículos de desperdicios. La abyección se mezcla con las huellas del barrio de Puerto Viejo, que aún conserva fragmentos de su fisionomía y sus pobladores. Las viviendas hispánicas y la arquitectura italianizante que persisten son los testimonios materiales del sitio donde se asentó el primer núcleo poblacional de la ciudad, a principios de siglo XVIII, casi un siglo antes de que las autoridades nacionales arribasen a la Paraná capital de la Confederación, y se asentasen en las inmediaciones de la Plaza 1º de Mayo. En contraposición a aquel núcleo alto, el núcleo bajo de Puerto Viejo albergó trabajadores portuarios, operarios fabriles, pescadores. Sin embargo, en palabras de sus propios habitantes, hoy se trata de un barrio alejado simbólicamente de ese río que le dio origen (Paez, 2018).
Por encima de esta cacofonía y coronando el punto más alto de la barranca, se erige un mástil que flamea una bandera de Argentina de 25x10 metros. Se encuentra en el anteriormente citado Parque Nuevo Humberto Varisco, inaugurado en el año 1999. Su altura y escala lo coloca como un símbolo distintivo en la ciudad.
Luego de bordear un barco de unos cuarenta metros de largo, las apropiaciones productivas e inmobiliarias desaparecen, y emergen las de recreo y ocio. La primera es el Club de Pescadores, radicado en este segmento desde el año 1945. El contacto con el agua se torna prolijo y controlado. Algunas lanchas deportivas merodean el espacio. Hay una bajada y un pontón, desde el cual los socios acceden a sus embarcaciones. Tiene cubiertas de caucho que la mantienen a flote de una forma rudimentaria. Oscila de un lado a otro con el movimiento del agua. A pocos metros, un muro de material se eleva conteniendo una amplia terraza. Una baranda de hierro y faroles la acordonan. Este espacio repone un umbral de esparcimiento ausente en los últimos kilómetros de costa. Hay mesas, bancos, sombrillas y un puñado de pescadores recreativos que interactúan sobre el borde. El aroma característico del río, esa mezcla densa de tierra, peces y humedad, es por primera vez desplazado. El olor a carne asada llega por ráfagas de las parrillas que se emplazan sobre esa terraza.
Este tramo, tapizado prolijamente por pasto, es fracturado por la desembocadura del Arroyo Antoñico. Se trata de una arteria que recorre gran parte de la ciudad zigzagueando, por tramos al aire libre o entubado. Fue el primer embarcadero natural de la ciudad y ha tenido un fuerte peso simbólico como espacio de límite. Hasta entrado el siglo XX, encorsetaba el ejido residencial. Funcionaba como una muralla que dividía la ciudad Alta, sede del poder político capitalino, de la Baja, espacio productivo y popular. El arroyo derrama su cauce oscuro sobre el río, con una viscosidad propia de los cursos de agua urbanos. El borde costero se interrumpe por algunos metros y reaparece con un espigón de piedras sobre el que
se posa un faro blanco. El espigón se materializó como una obra defensiva frente a la corriente fluvial, pero el faro es un elemento decorativo, de escasos metros de altura. Pertenece al Club Atlético Estudiantes, entidad deportiva inaugurada en 1905 por estudiantes del Colegio Nacional y la Escuela Normal7. En la actualidad cuenta con varias sedes. Ésta es la balnearia, concesionada por la municipalidad en 1957. Detrás del faro, se despliega una piscina de grandes magnitudes y poca profundidad, que se introduce en el río como un estrado flotante. Algunos bañeros realizan su trabajo de limpieza en ella. De forma contigua se desarrolla la playa del club con sus instalaciones: un restaurante, quinchos, canchas de vóley y una pequeña plaza de embarcaciones deportivas. Varias personas toman sol en reposeras y gazebos instalados en la orilla. Sobre la arquitectura del restaurante, de modesta hechura, se elevan marquesinas publicitarias de McDonald’s, Banco Santander, y otros.
Separada por una medianera transversal, emerge el Balneario Municipal, una playa de casi 200 metros de largo inaugurada en 1939, momento en que la costa, desprovista de concesiones privadas y muros, se presentaba como un borde de arena continuo. El foco de atención se posa sobre una hilera de quince palmeras que arrojan una sombra insignificante sobre la arena. Complementa la escena una escultura metálica con forma de pez ubicada en el medio de la playa, cuya función es difícil de especular. Un sondeo veloz advierte una garita del guardavida, algunas sombrillas, y un parador de material que vio pasar varios bares y ahora se encuentra vacío. Si bien no es temporada estival, hay un número considerable de personas, algunas de las cuales, ante la prohibición de bañarse en el agua, se refrescan en las duchas. Esta playa no es natural, es producto de ensayos realizados durante cinco años a partir de 1935, que consistían en refular arena sobre la costa y observar el comportamiento del río, la corriente y la erosión, para determinar un diagnóstico certero sobre las obras de defensa (El Diario, 1935e). En efecto, mi mirada recorre el muro de contención, colmado de grafitis, que separa la playa de la avenida costanera, cuyo trazado se desarrolla un nivel más arriba y en paralelo a la ribera. En los dos extremos del muro, una escalera de piedra conecta la playa con aquel espacio donde transitan autos, personas y bicicletas.
En este punto el paisaje crece verticalmente. Se trata del Parque Urquiza, un espacio verde que escala junto a la barranca. Tiene tres niveles – la costanera baja, media y alta- que se conectan a través de sendas, escalinatas y calles. De abajo hacia arriba, aparecen las playas balnearias y la costanera baja. Luego, en la
En sus comienzos, la entidad se denominó “Estudiantes Football Club”, ya que fue este deporte el que convocó a los estudiantes. Sin embargo, en la década del treinta, momento en que el club adquirió los predios de su sede principal en pleno Parque Urquiza, el fútbol se suprimió y se adoptó el rugby como actividad principal (Sors, 1994). Este deporte es el que caracteriza a la entidad actualmente.
capa media, un espacio vegetado de gran espesura entre los que destacan árboles como el lapacho, la tipa, pinos, eucaliptos, jacarandá, palo borracho. Las copas forman una espuma con distintos tonos de verdes. Como última capa, el skyline de la ciudad, una silueta de edificios emblemáticos y opulentas viviendas que dan la cara al río Paraná, y hacen de él un recurso escenográfico. El más destacable es el Hotel Mayorazgo, una volumetría arqueada, más ancha que alta, que imita la curvatura de la calle sobre la que se emplaza. Este frente tiene un alto valor referencial y circula como postal urbana desde el año de la inauguración del hotel en 1972.
En un claro de la vegetación se descubre la ondulante superficie del parque. Las diferentes capas se conectan por medio de pintorescas escalinatas de piedra natural que serpentean entre un nivel y otro. Sentados sobre el césped, pequeños grupos de personas socializan entre sí contemplando el río. En el último nivel descollan una serie de esculturas abstractas bastante oxidadas, ensambles de piezas mecánicas, caños, tuercas y chapas. A su lado se sitúa un yaguareté de bronce, en tamaño real, con la boca levemente entreabierta, lo justo para mostrar los colmillos. Mira desafiante hacia el río, en dirección a la salida del sol. En la parte baja, un busto de San Martín se deja ver por cortos segundos, hasta que la vegetación lo oculta nuevamente.
Sobre la topografía del Parque Urquiza se distribuyen espacios de estancia y recorrido, miradores, sendas peatonales, mobiliarios deportivos, propuestas gastronómicas, un rosedal y un anfiteatro. Hasta las primeras décadas del siglo XX, la zona formaba parte de la faja productiva que se extendía desde Bajada Grande hasta el Puerto Nuevo. Sobre el escarpado se enquistaban galpones y talleres donde se confeccionaban manufacturas de escaso valor agregado para exportación. La principal actividad era la explotación calífera, por lo que destacaban canteras y hornos continuos verticales y circulares, considerados los más modernos de la región (Zanini, 1926: 276). Uno de los más conocidos era el de la familia Izaguirre. Para encenderlos se utilizaba leña de sauce, que en su mayoría era extraída de las islas (Páez, 2018). La dinamización de la barranca y los montículos de leños acumulados para la combustión, ensamblan una escena terrosa y hostil, con un paisaje de escaso verde, antítesis de lo que es actualmente.
Este perfil se habría mantenido de no haber sido por la “subversiva decisión” de la administración municipal de desafectar el sector de usos productivos y destinarlo al ocio (Musich, Vega, Larker, 2019:3). Con esta finalidad, en el año 1895 se contrató al arquitecto y paisajista francés Charles Thays, responsable de resemantizar la mayoría de los parques durante el primer centenario. La transformación de las barrancas dio origen al Paseo Urquiza, un espacio verde ajardinado de ocho hectáreas, ubicado en los terrenos pertenecientes a La Batería, un antiguo fortín destinado a la defensa del Puerto Viejo. Tres décadas más tarde, algunas voces se
alzaron demandando ampliar el paseo con fines recreativos (El Diario, 1925). Las obras comenzaron en el año 1932 con la donación, expropiación y compra de tierras privadas, y estuvo a cargo de la Casa Luis Constantini. La arquitecturización del predio de 44 hectáreas, se logró con obras de remoción de suelo y estabilización con mallados, terraplenamiento, nivelación, sistemas de desagües, drenajes y alcantarillados (El Diario, 1932). Se realizaron trabajos de forestación - se plantaron alrededor de 400 especies extranjeras- y embellecimiento (El Diario, 1933b). En términos de conectividad, se abrieron calles transversales sobre la barranca para articular la ciudad y el río (El Diario, 1931). En algunos segmentos se removió superficialmente la ladera para dejar al descubierto la formación geológica, de piedra blanca, tratando de crear una suerte de mímesis entre los dispositivos arquitectónicos y el entorno natural (Melhem, 2023). También se utilizaron los cursos de agua subterráneo para crear saltos en altura desde distintos puntos. Ello se complementó con artefactos como torres y murallas, en continuidad con la fortificación de la Batería, que ostentan un parentesco directo con los fortines del medioevo europeo. Los distintos niveles mixturan el formalismo francés, caracterizado por la métrica de sus geometrías, con el pintoresquismo inglés, distinguido por sus formas orgánicas.
Para complementar esta operatoria, a partir de 1934 se realizó el trazado de la avenida costanera –avenida Laurencena-, liberando la parte baja del parque y creando una continuidad de playas balnearias (Musich, Vega, Larker, 2019). La obra se anunciaba un año antes como un “ondulante cinturón de piedra” destinado al paseo de la población (El Diario, 1933a). De esta forma, las instalaciones productivas localizadas en la barranca se trasladaron hacia los márgenes, al oeste del arroyo Antoñico y al este del Puerto Nuevo, consolidando un frente cosmético destinado a fines recreativos, que fue determinante para la identidad de la ciudad. Continuamos navegando. Adyacente a la Playa Municipal, se descubre el balneario del Rowing Club, uno de los primeros clubes recreativos y deportivos de la ciudad. Su fundación data del año 1917 y estuvo a cargo de un grupo de jóvenes que realizaban natación en el Club de Natación Paraná8. En aquel entonces, y hasta el año 1936, el club de remo funcionó en un galpón del Puerto Nuevo cedido por el Ministerio de Obras Públicas de la Nación (El Diario, 1935d). Sus asistentes practicaban natación entre dos muelles del puerto y con un barco que aminoraba la correntada del río (Sors, 1994). El traslado hacia este segmento se realizó veinte años más tarde con una concesión otorgada a noventa y nueve años, con un Parque Urquiza recientemente inaugurado y cuando el trazado de la costanera era todavía
Esta entidad comenzó a funcionar en 1910 en una playa cedida por la Municipalidad en el Puerto Viejo. Cinco años más tarde tras- ladó sus instalaciones al balneario de la Isla Puente, espacio que gozó de gran popularidad durante años y llegó a ser publicitado como el mejor de la provincia (El Diario, 1934).
una calle de tierra. En ese entonces el club contaba con quinientos socios y veinte embarcaciones que continuaron creciendo en número y que debieron, hasta la inauguración del Club Náutico, mantenerse flotando en el río día y noche.
El terreno balneario se complementa, al otro lado de la avenida costanera, con su sede principal. En esta ocasión, el avistaje recorre una playa más chica pero más cuidada que la anterior, con pasarelas de madera, cancha de vóley, sombrillas. La orilla tiene una pendiente que desciende abruptamente y sobre ella reposan de forma desordenada una decena de kayaks, piraguas y tablas de sup. Desde aquí los socios navegan hacia el islote Curupí, ubicado a escasos metros, una isla creada artificialmente a mediados de siglo XX para aumentar la velocidad del río y evitar la sedimentación del canal en la zona del Puerto Nuevo. Las boyas naranjas flotan en el agua y delimitan un espacio pequeño habilitado para bañarse. “Un gran club con una pequeña cuota” anuncia un cartel con gráficas en tono celeste, color emblema de la entidad. Las vallas publicitarias, de la prepaga OSDE y el Banco Macro, se elevan justo en el límite entre el espacio público y el privado. La embarcación se aleja algunos metros de la costa. Se destaca el restaurante del club, con toldos rojos, y dos grandes quinchos de paja estilo hawaiano que congrega una significativa cantidad de personas. La música proveniente de allí es sofocada por la estridencia en aumento del motor que escala en velocidad.
Comienza el tramo de costanera nuevo. Se inauguró en 2004 para hacer frente a los movimientos de la barranca y las recurrentes crecidas del río. Se compone de una plataforma longitudinal de 1 kilómetro de largo, con piezas hormigonadas que ganan terreno al río. La intervención se posa sobre la cota de coronamiento del relleno defensivo realizado para contener la barranca. A principios de milenio esta alternativa se debatía con otro proyecto, la creación de espigones para limitar la capacidad erosiva del río. Entre las opciones de contención paralela o perpendicular al río, fue la primera la que finalmente se materializó. Advertimos en el conjunto de vigas y pilotes que sostienen losas longitudinales a distintos niveles, ensambladas a través de escalinatas o rampas. La circulación de gente es masiva. Algunos tienen un andar sin apuros que denota un propósito de esparcimiento, otros lo hacen a modo de deporte. Por encima de la marea peatonal brota la arboleda rosa de los lapachos que están florecidos.
Nos acercamos a la orilla, dejando de ver lo que sucede arriba. En un espacio vedado a los caminantes, se amontonan canutillos y camarotes. Estas piezas verdes alfombran el contacto entre el agua, las columnas de hormigón y la piedra basáltica. El sonido de la embarcación retumba en un eco sordo sobre las superficies. Al apagar el motor brota el paisaje sonoro del río: una mezcla de insectos, reptiles y anfibios ocultos a la vista, que rápidamente escalan en volumen y silencian los sonidos del entorno humano. Cada uno con su ritmo, dan forma a una composición atonal ensordecedora.
Avanzamos mientras se abre una rajadura en la losa gris hormigonada. El camino se hunde paulatinamente hasta llegar a la altura del río. Un andén en forma de “T” emerge un nivel más abajo que el resto de la costanera. Ante una eventual crecida del río, está previsto que este sector quede bajo agua, haciendo del río un elemento constitutivo de la obra, no un obstáculo. De este desnivel se desprende un pequeño puerto de embarque para excursiones náuticas, inaugurado hace pocos años por la municipalidad como parte de un plan integral para reposicionar la ciudad como nodo turístico. Una rampa metálica peligrosamente inclinada, da acceso a un pontón metálico de unos 10x5 metros. La superficie flota en el agua con varias personas que esperan abordar el pequeño catamarán que los paseará por la ribera. Hablan portugués y posan para ser fotografiados con el Paraná de fondo.
Continuamos navegando río arriba y rápidamente auguramos el arribo al Puerto Nuevo. Así lo anticipa el cambio en el perfil de la costanera. Cuatro muelles se suceden unos tras otros, con una materialidad y deterioro que señalan el paso del tiempo. Los primeros cuatro están inhabilitados con cadenas y carteles, prohibiendo el paso de los caminantes y pescadores. De un quinto solo quedan las ruinas. Brotan desde el agua marrón las vigas de cemento reducidas a escombros. Entre el primer y el segundo muelle, una amplia boca con forma de trapecio perfora el muro de contención. Se trata del arroyo La Santiagueña y una obra reciente, de prolija manufactura, que lo vierte hacia el río Paraná. Por la bajante, no hay agua y la desembocadura está completamente seca.
Del contorno de edificios en el último nivel del parque destaca un prisma sobrio y espejado. Es el Centro Provincial de Convenciones. Fue creado en 2017 como otra de las estrategias para posicionar la ciudad como un epicentro turístico. A escasos metros, sobre una lomada, una instalación con letras blancas tridimensionales en acero forma la palabra “ANARAP”. Así se lee desde el agua. Se trata de un spot panorámico donde los turistas toman fotografías con el paisaje fluvial. Distingo también una gráfica blanca, sobria, que reza “PARANÁ”, ahora en la dirección correcta. La palabra se suspende sobre un pictograma de tres líneas celestes onduladas que evocan el río y su oleaje. Se trata de una comunicación visual que se reitera en otros puntos de la trama urbana y que completa esta serie de dispositivos estratégicos. El isologotipo es la síntesis de un trabajo encomendado por la municipalidad para crear una marca ciudad que posicione al turismo como la principal actividad productiva (PMC, 2021).
La costanera finaliza justo cuando comienza el Puerto Nuevo. Este nodo fue construido en 1904, frente a la caducidad del Puerto Viejo (Musich, et al, 2019). En él, los antiguos galpones fueron reciclados para usos terciarios. Diviso en detalle dos de ellos. El primero funciona como un boliche bailable, conserva la carcasa original, una chapa metálica corrugada, opaca, que refracta los rayos solares. El
segundo es un espacio cultural municipal, denominado Sala de Mayo. A diferencia del primero, éste es traslúcido. Tiene paneles vidriados que permiten visualizar el río desde su interior. En este instante, parece estar llevándose a cabo una exposición. Hay grúas, vehículos y una congregación de personas. Justo debajo, flotando sobre el agua, se encuentran embarcaciones de la prefectura naval y una balsa blanca en cuyo frente puede leerse “Entre Ríos”. Pasamos junto a esta estación flotante que consta de tres o cuatro niveles, con brazos mecánicos color amarillo. Hay rieles, ganchos, poleas.
Inmediatamente la costa se abre en una dársena de varios metros donde se encuentran algunos barcos bien conservados, pero tantos otros en estado de abandono o desguace. Detrás de la dársena se asoman galpones que corren peor suerte que los anteriores. El deterioro invade la escena y, en este punto, el Puerto Nuevo nos remite al Puerto Viejo. Entre la chatarra naval y las estructuras que lidiaron con poca felicidad el paso del tiempo, se halla una torre de hierro de unos cincuenta metros de altura. Su forma se angosta a medida que llega al vértice, como un cono, y desde ahí emergen dos brazos transversales de los que cuelgan tres esferas negras. El conductor de la lancha menciona que esas esferas indican el nivel de profundidad del río para los barcos que ingresan a la dársena. No sabemos si funciona actualmente. A pesar de encontrarse dentro de la Hidrovía Paraná-Paraguay, este puerto está desuso y en total descuido. El que se halla en funcionamiento se encuentra río abajo, a unos 40 kilómetros, en la localidad de Diamante.
Contiguo al Puerto Nuevo emerge el escenario conocido como el Morro y Puerto Sánchez. Se trata de un histórico paraje de pescadores que creció satelitando las actividades del Puerto Nuevo, ofreciendo amarres secundarios a barcos que esperaban su turno para ingresar, y mercaderías a sus tripulantes, como pescado fresco o leche que extraían del ganado cimarrón de las islas (Mazzoni, 2022). En los últimos años fue posicionado estratégicamente, por parte de operaciones turístico- culturales de la municipalidad, como un polo de interés gastronómico (PMACP, 2012a). Desde el agua se presenta un pequeño morro con pastizales secos, del que se sujetan una decena de casas precarias. Más abajo, sobre un camino de tierra, cubierto de pozos y rocas, se levantan viviendas con fachadas en colores verdes, rojas, azules. Los frentes están gastados y despintados, pero logran crear un efecto pintoresco en el entorno. Hay puestos que exhiben el pescado fresco colgado en ganchos y barrales metálicos. Las escamas plateadas brillan con la luz del día. Sobre la costa se suspenden un puñado de plataformas de madera sostenidas por pilotes. Éstas se ofrecen como patios gastronómicos para el público local y los turistas. Otras son más precarias, están armadas con troncos de árboles, tapadas
con chapas o bolsas de nailon. Un cartel de tela amarrado a un tronco atrae nuestra mirada. Esboza la pintura de un pez gris con manchas negras –en apariencia, un surubí-, sonriendo y alzando su presunto dedo pulgar. A su lado puede leerse escrito a mano alzada: “Quincho Costero. Empanadas, pescados, papas fritas, bebidas”. Otros parajes, como “Comedor Baires” y “La peña de Dardy”, ubicados unos metros más adelante, se publicitan con menos desparpajo. Los pescadores y sus familias cocinan en sus casas la pesca del día -generalmente boga o pacú- a la parrilla, frita o en empanadas, y cruzan la calle, bandeja en mano, para servir a los comensales. Examino varias personas que aguardan su pedido sentadas en las mesas de esos rústicos balcones. Abajo se amontonan las canoas de los pescadores entre matorrales, árboles secos, cubiertas de autos y botellas.
El cielo tiene nubes espesas donde el sol se esconde de forma intermitente. Doblamos hacia la izquierda, acompasando la curvatura de la costa en la que, ahora, se despliega el balneario municipal “Enrique Thompson”. Sobre esta playa de gran superficie se encuentran algunos paradores y restaurantes que brindan una variada oferta gastronómica a sus visitantes. Una aplanadora trabaja nivelando la arena, preparando el espacio para la próxima temporada. Se escucha música que proviene de algún parlante lejano. Éste es un balneario rehabilitado hace pocos años. Se inauguró en 1930, precediendo a todas las playas ubicadas en la costanera (Musich, Melhem, 2019). Fue uno de los balnearios más concurridos y populares de la ciudad, escenario de festivales, competencias de natación, peleas de boxeo, y otros. (El Diario, 1935c; 1935f; 1935g).
Actualmente, bañarse en el agua está prácticamente vedado debido a la presencia del arroyo Las Viejas, que se encuentra inmediatamente al lado. El arroyo transporta los desechos cloacales de la ciudad que, con la correntada, se vierten directamente a esta playa. Pasamos junto a la oscura desembocadura que exhibe todo tipo de residuos flotando, y de la que se despide un olor penetrante y nauseabundo.
Al otro lado del arroyo reaparece el Club Náutico, espacio en el cual comenzó nuestro recorrido. Un espigón de piedras delimita el ingreso a la guardería en la que se emplazan una decena de yates. Sus valores parten en cien mil dólares. Al otro lado del ingreso se encuentra el balneario Parador Este que, al igual que el Estudiantes y el Rowing, es privado y exclusivo para socios. En este caso, sólo está habilitado algunos días a la semana. Orilladas sobre el agua se encuentran lanchas, gomones y motos de agua. Sobre la arena se disponen algunas pérgolas de madera que amainan los rayos del sol y ofrecen un espacio de descanso con colchones. El viento hace flamear las cortinas blancas que cuelgan de sus laterales. A diferencia del Thompson, éste es un balneario que se localiza río arriba de los desagües cloacales, es decir, es de los pocos que tiene “agua limpia”. El mobiliario, la disposición espacial, las condiciones de conservación revelan el buen pasar
económico de la entidad y sus asistentes.
Seguimos avanzando y sobreviene una planicie verde con un helipuerto, una caleta artificial para el ingreso de embarcaciones y, detrás, una decena de residencias de lujo. Se trata del barrio privado Amarras del Sol, que desde el año 2000 avanza en la intervención de los 61 lotes del predio. La escasa vegetación permite arrojar una mirada inquisidora hacia las mansiones que se exhiben sin reparo hacia el agua. Llama particularmente la atención una vivienda de dos plantas y al menos 1000m2 de superficie, con tejas azules a dos aguas. El estilo neoclásico se desarrolla con una espectacularidad y una escala sobredimensionada. Las paredes blancas resplandecen con el sol. La mirada se agudiza sobre un jardín con balustradas y arcadas al aire libre, en el que se emplaza una fuente estilo griego, con una figura femenina semi desnuda situada en el medio de un pilón de agua. Junto a ella una enorme piscina con dos dispositivos laterales expiden agua en forma simétrica.
En el momento en que el espionaje se lleva adelante, una boya ubicada en el medio del canal nos anoticia dónde nos encontramos. Flotamos sobre el Túnel Subfluvial, una obra de infraestructura que desde el año 1969 cruza el río Paraná para conectar ambas provincias. Por primera vez examinamos la ribera de Santa Fe. La densidad urbana de la costa entrerriana contrasta con el vacío de la ribera opuesta, eso permite reparar en aquellas dos figuras de hormigón que distinguen la infraestructura del túnel desde el exterior. Un prisma vertical de 30 metros de altura y una escultura más baja, con forma de aro rectangular, emergen del paisaje. Se trata de las dos torres de ventilación ubicadas en la boca de ingreso de la obra. Junto con las cabeceras, que contienen las dependencias administrativas, son los únicos volúmenes que constatan su localización.
Nos suspendemos por unos minutos sobre el trazado virtual del túnel. La infraestructura se compone de 37 cilindros de hormigón ensamblados formando un tubo de 2397 metros de largo. Las piezas se confeccionaron en un dique seco
-el Obrador-, adyacente al túnel. Años más tarde ese predio fue entregado en comodato a la Liga Naval Argentina, que fundó el Club Náutico en 19809. Gran parte de las estructuras del Obrador aún se conservan y pueden observarse al recorrer el club. Los botes de gran calado se encuentran amarrados a un conjunto de figuras cilíndricas hormigonadas, que eran las compuertas que regulaban el acceso de agua al dique.
El barrio Amarras del Sol también se emplaza sobre terrenos que fueron propiedad de la entidad interprovincial del Túnel Subfluvial. Como indica el itinerario histórico, en el año 1974 se inauguró en ese mismo espacio el emblemático balneario público
En principio, el convenio establecía la revisión del comodato cada cinco años, instancia en la cual las provincias podían solicitar la restitución de los terrenos o la extensión del acuerdo. Sin embargo, en el año 1991, el ejecutivo provincial a cargo de Jorge Busti, otorgó un contrato de comodato a título gratuito por un lapso de 50 años.
Los Arenales, conocido por su amplia concurrencia y una gran extensión de arena blanca. El espacio se encontraba concesionado al Banco Municipal, pero en el año 1993 la municipalidad revocó la concesión y el predio fue rematado a un propietario privado, en aquel entonces, el presidente del Club Náutico. Al poco tiempo de adquiridos los terrenos, el propietario presentó un proyecto para cercar el espacio y desarrollar el barrio privado. Las obras continuaron a pesar de litigios judiciales y cautelares que reclamaban, por un lado, la nulidad de la operación conforme a la cual los terrenos fueron adquiridos en un remate municipal10. Por otro lado, continuaron a expensas de la resolución dictada por las autoridades del Túnel Subfluvial, que declara que ese segmento es parte del área de seguridad del túnel, lo que prohíbe cualquier intervención a 50 metros a ambos lados del eje de la obra y las restringe parcialmente a 100 metros de ese mismo eje (Gobierno de Entre Ríos, 2003). Desatendiendo esa resolución, el barrio realizó sobre la zona de seguridad el dragado para la caleta con amarras. Cabe destacar que existió un proyecto de similares características para urbanizar la ribera de Santa Fe, pero fue precisamente por estas restricciones que no prosperó.
Al enfocar la observación en el segmento de Amarras del Sol se divisa un muro opaco, de unos 5 metros de alto, levantado transversalmente a la ribera. El muro separa el barrio privado del siguiente espacio, un barrio popular denominado Arenales. Éste, al igual que Amarras, se originó por el sedimento que dejaron las operaciones de refulado de la draga María Ana, realizado para colocar los cilindros de hormigón en el lecho del río. Cuando eso sucedió, las familias isleñas que habitaban en los humedales de Santa Fe, espacio hoy conocido como la Isla Santa Cándida, cruzaron el río y se asentaron sobre la costa de Paraná. Esta migración dio origen a un barrio con perfil pesquero y popular, cuyas calles llevan el nombre de diferentes peces del río Paraná –El Patí, La Boga, El Surubí, El Mandubé-.
En un primer tramo, la densa vegetación impide ver con exactitud cuáles son las apropiaciones, sin embargo, los senderos que se abren en ella y las canoas atadas con cuerdas en la orilla sugieren que se trata de viviendas de pescadores. A continuación, pasamos junto a una arenera denominada Toma Nueva que se encuentra en pleno proceso de extracción. Dos dragas azules succionan arena a través de un caño que escupe agua marrón en su extremo. Inmediatamente emerge la Toma de Agua de la ciudad. La costa es desprolija y rocosa. Se observan estructuras hidráulicas pero la más significativa es una pasarela que penetra varios metros sobre el río, sostenida sobre grandes columnas cilíndricas. Sobre ella una bomba extractora extiende sus tentáculos sobre el agua. El motor genera
Como se mencionó, los terrenos ribereños afectados al túnel pertenecían, por decisión de la Dirección Nacional de Construccio- nes Portuarias y Vías Navegables, a la órbita provincial. No está clara la forma en la que fueron adjudicados al dominio municipal. De allí parte la objeción a la legitimidad y legalidad de la posterior venta.
un paisaje sonoro mecánico y regular.
Una calle de tierra deteriorada conocida como “El dorado” persigue el sinuoso curso de la costa. Sobre este camino hay autos abandonados, con signos de haber sido quemados, algunas casas de ladrillo hueco y chapa, tiendas de madera, parrillas rotas. Un grupo de hombres juega a las cartas en un paraje precario que vende bebidas. Contemplo la rama de un árbol de la que cuelga una balanza analógica y un bote que descansa a su lado, levemente torcido, denominado “El Camarón”. Para los canoeros hay un ritual de bautismo de sus embarcaciones, que no son solo consideradas un transporte, sino extensiones de su hogar (Reato, 2022). En la cima de la barranca se irgue una torre eléctrica. Los cables de alta tensión cruzan el río hacia Santa Fe. Su magnitud es colosal.
Continuamos la marcha bordeando la curvatura de la costa mientras un perro desnutrido galopa tratando de seguir nuestro paso. Es el último tramo, hemos recorrido casi 10 kilómetros de ribera. La barranca se torna un acantilado vertical del que difícilmente puede divisarse algo más que vegetación. Observamos el espesor de la barranca. El denominado bosque fluvial se compone de espinillos, quebrachos, algarrobos, aromos (Mori, 2018). A diferencia del Parque Urquiza, cuya arboleda fue implantada, con casi 300 especies extranjeras, estos bosques son los autóctonos de la región. Los árboles de baja estatura forman una superficie frondosa. En algunos tramos hay signos de derrumbes.
En este sector se encuentra la antigua planta potabilizadora de agua, en funcionamiento entre 1890 y 1941. Frente a la Toma Nueva, ésta es conocida como la Toma Vieja. A principios de la década del setenta, el espacio de 17 hectáreas se convirtió en un camping municipal. En 1987, se complementó con un polideportivo para la práctica de distintas actividades recreativas. Los piletones donde se alojaba el agua extraída del río, fueron transformados en piletas de uso público, y años más tarde, la sala subterránea donde se localizaban las maquinarias fue reconvertida en un boliche bailable. Desde el río se distinguen dos chimeneas que sobresalen entre la flora, una de ladrillo y otra de acero, por las que antiguamente se liberaba la combustión utilizada para procesar el agua.
Pocos metros más adelante emerge sorpresivamente un pequeño banco de arena que se descubre en medio de los jardines verticales. Allí se encuentran algunas personas que nos perician incisivamente al aproximarnos. Sobre el margen izquierdo de la playa se materializa una bajada de lanchas y una terraza que le gana terreno al río con mesas, bancos y árboles recientemente plantados. Como telón de fondo se insinúa el contorno de una armazón que probablemente pertenezca a una guardería náutica. Este espacio forma parte del Club de Campo11
El club de campo es una figura establecida por el Código Urbano (CUP, 2005) que reúne una serie de características, por ejemplo,
Puerto Barranca, un barrio cerrado emplazado en terrenos que anteriormente pertenecían al complejo de la Toma. Los predios residenciales rondan los 1500m2 y prometen un estilo de vida saludable, alejado de la ciudad. En el masterplan, se mencionan una serie de amenities –algunas ya materializadas y otras en proceso-, entre ellas: la construcción de 700 metros de playa con guardería náutica, un sector de pesca, lados artificiales, costanera propia, bar gastronómico, áreas deportivas, zona de cabalgatas, un Club House12. La altura de 60 metros en la escarpada barranca les brinda una postal privilegiada del actor fluvial y sus islas. En los planes municipales el barrio es señalado como un espacio que, por haber capitalizado la compleja accesibilidad del sector, ha obtenido “exclusividad en el uso de la costa” (PMACP, 2012a:28).
El viento cambia de dirección y comienza a soplar de norte a sur, arrastrando el humo de un foco de incendio en territorio isleño. Las quemas de humedales son frecuentes, pero desde 2019 se intensificaron. Esto puede relacionarse, por un lado, con el extractivismo agrario y la producción sojera, que paulatinamente fue colonizandoterritorioshastaacabarconelsistemaderotaciónymonopolizarelsuelo de cultivos, desplazando la ganadería hacia los humedales, espacios considerados marginales para la agricultura (Gras, Hernández, 2016; Lattuada, Neiman, 2005, Quintana, et.al., 2014). Por otro lado, puede relacionarse con la emergencia de proyectos inmobiliarios que desarrollan trabajos de terraplanamiento y elevación de suelos, ya que parte de estos territorios se encuentran, al igual que gran parte de la costa, en manos de locatarios privados. La quema controlada es utilizada por los mismos isleños como una herramienta productiva de desmalezamiento e incluso como “una práctica de vida”, no obstante, los incendios masivos que se replican en el delta en el último tiempo tienen un impacto negativo en todo el ecosistema de humedales, regulador natural del ciclo hidrológico (Pizarro, Straccia, 2023: 170).
Apagamos el motor de la embarcación por unos minutos y nos dejamos arrastrar por la corriente en la dirección contraria a la que veníamos. Deshacemos el recorrido realizado. Del silencio vuelven a emerger los sonidos del río: chinches, escuerzos, calandrias, yararás, chicharras, nutrias. Todo se mezcla con la vegetación y el agua en movimiento. El humo invade la escena. Las partículas odoríferas se instalan en las fosas nasales y la visibilidad se reduce paulatinamente. El espesor es cada vez más acuciante. Decidimos encender el motor y aceleramos abriendo un surco sobre la masa acuosa que se vuelve a amalgamar pocos segundos después. Arribamos a la guardería del Club Náutico en cuestión de minutos, finalizando un avistaje de 12
contar con una superficie mínima de 15 hectáreas, el área residencial particular no puede superar el 50% de la superficie, debe contar con usos residenciales de baja densidad, debe respetar los elementos naturales del terreno, entre otras.
Extraído de: https://puertobarrancas.com.ar/
kilómetros por el frente costero de la ciudad de Paraná.
El propósito de estas páginas era brindar una radiografía detallada de las apropiaciones del frente fluvial de la ciudad de Paraná. Debido al estrecho vínculo entre río y ciudad, este segmento se ha vuelto tan emblemático como ininteligible. Con el correr de los años, la costa absorbió distintas modulaciones, primero ligadas a usos productivos y más tarde a recreativos, deportivos e inmobiliarios. En ese derrotero su ontología fue mutando y hoy quedan huellas de ese movimiento, en forma de ausencias, vestigios y presencias, que ensamblan un mosaico con cada fragmento. En este sentido, la descripción que brindamos constituye un paso fundamental para desandar el tejido y crear los primeros disparadores críticos que aborden el espacio. Las situaciones relevadas fueron múltiples y, en algunos casos, la confusa trama dominial impidió dilucidar con certeza qué apropiaciones estábamos presenciando. A través de los datos recolectados de la observación y en apoyo con las fuentes utilizadas, podemos, sin embargo, realizar una incipiente clasificación de lo relevado.
La interfaz ribereña se compone de apropiaciones heterogéneas: clubes deportivos, balnearios, residencias inmobiliarias, instalaciones productivas, áreas fosilizadas y abandonadas, ofertas de servicios, espacios culturales, etc. De esta diversidad se desprenden, relativo a la propiedad del suelo, tres sectores: las áreas que son de acceso libre y gratuito, los espacios concesionados con ingresos restringidos, y las zonas en las que el acceso al río se encuentra completamente vedado (PMACP, 2012a; POTBC, 2015; PETP, 2017).
En el primer grupo se encuadran los espacios recreativos de uso público, entre ellos, los Miradores de Bajada Grande, el balneario Municipal y el Thompson, que fueron acondicionados en distintas épocas como balnearios de acceso libre. A ello se suma el Parque Urquiza, el Parque Varisco y la costanera baja, que desarrollan un frente de esparcimiento en diferentes niveles de altura. Así también, el sector del Puerto Nuevo, rehabilitado parcialmente para ofertar consumos culturales.
Dentro del segundo grupo se encuentran, por un lado, las concesiones destinadas a actividades de servicios, como espacios gastronómicos o boliches bailables que se reservan el derecho de admisión, concentradas en las áreas del Puerto Nuevo, Puerto Sánchez, el balneario municipal Thompson y, de forma localizada, en Puerto Viejo. Por otro lado, se desarrollan aquellos comodatos otorgados a entidades deportivas, cuyo ingreso es exclusivo para socios. Este es el caso del Club de Pescadores, el Club Atlético Estudiantes, el Rowing Club y el Club Náutico que, sumados, ocupan una longitud aproximada de 1 kilómetros de frente ribereño. En el tercer grupo se localizan aquellos espacios que están en manos de propietarios privados y obstaculizan el ingreso a la costa. En esta clasificación
se encuentran, primeramente, las áreas industriales y los fósiles productivos en la zona de Puerto Viejo. En este tramo, de 1 kilómetro de extensión -desde el ex atracadero de Balsas hasta el arroyo Antoñico-, emerge un intrincado entramado dominial, con tierras en manos de empresas constructoras, sociedades anónimas y desarrolladoras inmobiliarias (PROMEBA, 2012; ATER, s.f.). En general, se trata de un sector ocupado desde hace décadas por instalaciones productivas-mineras vinculadas a la extracción de arena y materiales para la construcción, que tiene tramos en actividad y otros abandonados (PMACP, 2012a.). De esta extensión, sólo 50 metros proveen un espacio público, es decir un 5% del total del segmento, y refiere a un tejido degradado, cuyo acceso fue creado espontáneamente por los pescadores. Existen otros nodos con apropiaciones productivas –es el caso de Arenales y la Toma Nueva-, aunque no representan más que 0,2 kilómetros de extensión. A ello le sigue la situación de aquellos tramos que se encuentran en manos de particulares que situaron sus viviendas directamente sobre el margen ribereño. Es el caso de un sector de Bajada Grande, donde una centena de residencias unifamiliares de perfil medio-alto amurallan el río, en un total de 1,5 kilómetros de extensión. En esta clasificación también se encuentran los desarrollos residenciales de alta gama, como Amarras del Sol y Puerto Barranca que, emplazados sobre terrenos otrora fiscales, privatizaron de facto13 segmentos de la franja costera –en un total de 1,6 kilómetros entre ambos emprendimientos-. En última instancia, se hallan los desarrollos privados de Puerto Urquiza y Signature Estrada en Bajada Grande que, si bien cuentan con proyectos para intervenir el espacio ribereño, aún no lo han materializado.
De esto se deduce que, de los aproximados 12 kilómetros de costa, comprendidos entre Bajada Grande y la zona de La Toma Vieja, por diferentes eventualidades y actores, alrededor de 5 kilómetros tienen bloqueado el acceso libre al río. En este movimiento, cabe destacar el significativo avance de los intereses inmobiliarios, tendencia que se ve replicada en otras ciudades costeras de la región, que pone en consideración la democratización de los espacios urbanos (Harvey, 2012) y, en particular, del río. Así también, este avance ignora reglamentaciones concretas de la ley Sirga, conforme a la cual los propietarios de inmuebles colindantes con orillas de ríos o canales navegables deben liberar una franja de terreno para uso público14.
Aunque de derecho se trate de segmentos de uso público, en la práctica no es posible acceder a ellos sin ser propietario de alguno de los desarrollos.
El nuevo Código Civil y Comercial de la Nación (CCyCN, 2015) establece que el ancho de la calle pública puede fluctuar entre 35 y 15 metros de ancho, a consideración de cada municipio. En este caso, tanto el Codigo Urbano (CUP, 2005:116), como en el Plan Maes- tro para el Área de la Costa (PMACP, 2012a, b), ratifican un retiro de 35 metros, con prohibición de realizar cualquier construcción.
Al respecto, los planes desarrollados por el estado municipal y provincial no ignoran la problemática del borde costero. El primero en sentar las bases para una futura reestructuración fue el Código Urbano de Paraná, que señala la necesidad de abordar la franja ribereña de forma sistémica para poder crear una circulación pública en toda su extensión, que le dé “continuidad a su estructura” (2005:114). Esta preocupación fue replicada en planes venideros, aunque de manera fragmentaria. El Plan Maestro del Área Costera de Paraná (2012) reconoce los nodos que obstaculizan una apropiación pública del río, y señala la necesidad de gestionar un ordenamiento territorial conforme la doctrina de sirga. No obstante, las actuaciones propuestas sólo se focalizan en el acotado segmento comprendido entre el Puerto Nuevo y el arroyo la Santiagueña – particularmente sobre nodos vulnerables como el barrio el Morro, Puerto Sánchez y el Thompson-. En este sentido, omite analizar los casos más problemáticos de privatización y pospone el abordaje sistémico del problema. En esta línea, breve mención le cabe al Plan de Ordenamiento Territorial que, aunque aborda la temática, la escala provincial del enfoque solo permite un diagnóstico descriptivo de las mencionadas apropiaciones que cercenan la libre circulación de la costa (POTBC, 2015:30). Finalmente, tanto el Plan Paraná Emergente y Sostenible (2015), como el Plan Estratégico Territorial Paraná (2017), reconocen la existencia de situaciones irregulares en ciertas porciones y proyectan una recuperación parcial del borde. Ambos señalan el área de Bajada Grande como nodo estratégico para revitalizarse mediante convenios de participación público-privado. Éstos deben enfocarse en promover la llegada de desarrollos residenciales-comerciales destinados a clases medias y altas, emulando la impronta del barrio cerrado Puerto Urquiza (PEyS, 2015: 209; PETP, 2017:67).
Si bien los instrumentos estatales enfatizan el objetivo de apuntalar una imagen de “ciudad ribereña, volcada al río”, declarada en el Codigo Urbano, y también coincidieron en la necesidad de reordenar el borde costero, las intervenciones que superaron la etapa de diagnóstico operaron de forma segmentada (2005:11). En este contexto, la presencia del Estado, en tanto garante de intereses públicos, se torna esquiva y, atendiendo a las directrices de los últimos planes estratégicos, parece sugerir de manera subrepticia que el derecho a disfrutar de las centralidades urbanas es un privilegio reservado a un sector de la sociedad.
Ahora bien, no podemos negar que resulta problemático reducir las múltiples capas que componen la franja ribereña a un análisis binario. Definir la complejidad espacial observada en el avistaje, a través de las clásicas categorías de centro-periferia, interior-exterior, público-privado, resulta insuficiente, e incluso anacrónico. Como vimos, se presentan casos de espacialidades que no son inmediatamente asequibles como públicas o privadas; se pueden apreciar formas sutiles, mixtas, anfibias, híbridas. Existen convenios de participación
públicos-privados que gerencian espacios donde las barreras de exclusión son simbólicas. Hay territorios que, aunque las normativas los designan como de uso público, en la práctica no lo son. También existen segmentos donde la legislación prohíbe cualquier tipo de edificación, pero la restricción es ignorada. A su vez, conforme nos aproximamos, emergen jurisdicciones provinciales, municipales y nacionales yuxtapuestas, propiedades de individuos particulares, de sociedades anónimas, espacios públicos de acceso restringido, concesiones; territorialidades residenciales, deportivas, productivas, constelación que dificulta aún más el análisis (ATER, s.f; PMACP, 2012a, b).
En general, desde la ciudad se sostiene la narrativa de que existe una costa en singular, consolidando un imaginario de homogeneidad en torno a ella. No obstante, visto desde el agua, esa singularidad se agrieta. El recorrido evidencia que no existe una costa sino una multiplicidad de costas. Observado desde el centro del río, el paisaje costero se disloca y se transforma en un conjunto de retazos mal ejecutados, un enmarañado de fragmentos disímiles que tienen distintas funciones, materialidades, apropiaciones y propiedades. Las costas de la ciudad de Paraná son una variedad de elementos sin sutura, una serie de testimonios de diferentes épocas, gubernamentalidades y multiterritorialidades, con el agravante de cercenar el acceso al río en la mitad de su extensión, aproximadamente (Haesbaert, 2013). Se trata de un mosaico que, observado al ras del piso o desde una perspectiva cenital, carece de una visión integral. Estas realidades atomizadas y encapsuladas, aunque contiguas, responden más una dinámica de flujo que dé lugar, ya que entablan mejor diálogo con lugares lejanos que con su entorno inmediato.
Perifèria, revista de recerca i formació en antropologia, 26(2), 96-120 Fedele, J. (2010). El río en la ciudad del plan, UNL Editora: Santa Fe.
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El Diario (1925), Paraná, 29 de marzo. Archivo Provincial de Entre Ríos. El Diario (1931), Paraná, 16 de octubre. Archivo Provincial de Entre Ríos. El Diario (1932), Paraná, 26 de abril. Archivo Provincial de Entre Ríos.
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