Sebastián Pablo Bisang. UNER-CIFPE, UNC, CONICET | sebastianbisang@gmail.com

Fernando Juan Fava. UNER-CIFPE | ferjfava@hotmail.com

 

Paul Bourget como fuente del diagnóstico cultural de Friedrich Nietzsche (1883‑1888): la importancia de la noción francesa de la décadence

 

 

Resumen

Hacia finales del llamado período de madurez, Friedrich Nietzsche caracteriza la cultura de su tiempo como decadente. De acuerdo al pensador alemán la decadencia constituye un proceso que se extiende a todas las dimensiones de la vida europea moderna: filosofía, religión, moral, arte, política. Entre los numerosos autores franceses que sirven de fuente a este diagnóstico, destaca la figura de un novelista y crítico literario llamado Paul Bourget. De la lectura de Bourget, Nietzsche toma un elemento que será central en su concepción de la sociedad decimonónica: la noción de la décadence. En continuidad con otros estudios académicos enmarcados dentro de la corriente italiana de Colli-Montinari, el objetivo del presente trabajo consiste en profundizar el análisis de la noción de la décadence defendida por Bourget a fin de aportar nuevos elementos que permitan enriquecer el debate histórico-filológico de la obra de Nietzsche.

Palabras clave: Nietzsche, Bourget, décadence

 

Paul Bourget as source of Friedrich Nietzsche’s cultural diagnosis (1883-1888): the importance of the French notion of la décadence

 

Abstrac

 

Towards the end of the period of maturity, Friedrich Nietzsche characterizes the culture of his time as decadent. According to the German thinker, the decadence constitutes a process that extends to all dimensions of modern European life: philosophy, religion, morality, art, politics. Among the many French authors who serve as source for this diagnosis, the figure of a novelist and literary critic named Paul Bourget stands out. From Bourget’s reading, Nietzsche takes an element that will be central to his conception of the nineteenth‑century society: the notion of la décadence. In continuity with other academic studies framed within the Italian current of Colli‑Montinari, the objective of this work is to deepen the analysis of the notion of décadence defended by Bourget in order to contribute new elements that allow enriching the historical‑philological debate of Nietzsche’s work.

 

Keywords:Nietzsche, Bourget, décadence




 

 

Introducción

A lo largo de toda su obra intelectual, Friedrich Nietzsche se ocupó de determinar las principales características de su época y de identificar los diferentes acontecimientos y fuerzas que han conducido al estado presente. Esta indagación de orden cultural no se encuentra conducida por un ánimo meramente erudito, sino por la intención de intervenir activamente en la propia realidad. En efecto, Nietzsche lee los datos de la cultura de su tiempo como síntomas de enfermedades que es preciso combatir o como síntomas de salud que es necesario conservar y potenciar.
Hacia finales del período de madurez, Nietzsche expresa esta constante preocupación por la cultura a través de su diagnóstico sobre la decadencia de la sociedad decimonónica. El pensador alemán utiliza el término decadencia para caracterizar todos los aspectos de la vida moderna: la filosofía, la religión, la moral, el arte, la literatura, la política (NF 15 [20] 1888).1 En los fragmentos póstumos del año 1888, Nietzsche escribe la formulación más madura de la cuestión de la decadencia. De acuerdo al pensador alemán, el pesimismo reinante en su época no es un problema, sino solo un síntoma o una expresión de la decadencia; y el nihilismo, no es una causa, sino la lógica misma de la decadencia (NF 14 [75] 1888; NF 17 [8] 1888).
Este diagnóstico sobre la decadencia se sitúa dentro de un conjunto de lecturas de autores franceses, entre los cuales destaca un novelista y crítico literario llamado Paul Bourget. Bourget publica en 1883, bajo el título Essais de psychologie contemporaine, un conjunto de ensayos de crítica literaria sobre cinco escritores franceses del siglo XIX. Nietzsche conoce la obra de Bourget durante su primera estadía en Niza en 1883 (NF 24 [6] 1883) y queda gratamente sorprendido hasta el punto de valorarlo como uno de los psicólogos más curiosos y delicados de su época (EH‑Klug‑3). De esta lectura el pensador alemán toma el concepto de la décadence que utilizará de forma casi textual en varios de sus escritos (NF 24 [6] 1883; BVN‑1886, 688; WA‑7) y que será un elemento central en su concepción de la cultura moderna.
La recepción de Bourget por parte de Nietzsche ha sido investigada en varios trabajos académicos enmarcados dentro de los lineamientos metodológicos de la escuela italiana de Colli‑Montinari.2 En continuidad con estos estudios, el objetivo del presente trabajo consiste en profundizar el análisis de la noción de la décadence defendida por Bourget a fin de aportar nuevos elementos que permitan enriquecer el debate histórico‑filológico de la obra de Nietzsche. El trabajo se divide en tres grandes partes. En las dos primeras, se describe brevemente los principales rasgos del tipo de crítica literaria practicada por Bourget en sus ensayos y la finalidad que persigue con ellos. En la tercera parte, se desarrolla el proceso de la decadencia que afecta a la sociedad francesa del siglo XIX y se señalan las diferentes posturas que el crítico literario francés adopta frente a esta situación.

 

La nueva crítica literaria francesa

En el primer prefacio (1883) de los Essais de Psychologie Contemporaine, Paul Bourget comienza describiendo el origen de esta obra. Cada uno de los cinco capítulos que forman parte de este primer libro de crítica literaria, fueron inicialmente artículos publicados de manera individual en la Nouvelle Revue en el período comprendido entre los años 1881 y 1883, bajo el título de Essais de Psychologie Contemporaine. Bourget decide conservar el mismo título para este volumen, puesto que, si bien allí son abordados cinco escritores célebres, no se encuentra aquí «lo que propiamente podemos llamar crítica» (2008: 63). Ante lo cual se abre inmediatamente el interrogante sobre qué quiere decir Bourget con ello y, más específicamente, que entiende el pensador francés por crítica.
Un principio de respuesta a este interrogante puede comenzar a rastrearse en el artículo Le de profundis de la critique, publicado en Le Parlement el 8 de marzo de 1883 y compilado luego en 1888 en los Études et portraits I con el título Réflexions sur la critique.3 En el marco de la controversia originada a causa de los vaticinios de M. Caro sobre el final de la crítica literaria, Bourget sostiene que el término «crítica» no posee un único sentido. De acuerdo al pensador francés, el motivo de ello radica en las modificaciones que los sucesos socio‑políticos de comienzos del siglo XIX traen aparejado en la concepción tradicional de la crítica literaria.

Inicialmente, y tal como su etimología lo indica, la crítica significa un juicio. Una clase de juicio que comporta una conclusión definitiva sobre el valor de una obra o de un literato determinado. Quienes forman parte de esta tradición de crítica literaria, como lo es el caso del abad Morellet, Gustave Planche o Nicolás Boileau, entienden que «el papel de crítico era entonces el de un árbitro supremo y convencido, una especie de fiscal de la literatura que redactó el archivo de las malas obras y, distribuyendo tanto coronas como castigos, otorgó recompensas a los buenos autores» (Bourget, 1993b: 445).
La crítica así concebida se asienta en el principio de la existencia de «leyes inflexibles de belleza, así como un tipo absoluto de la obra de arte» (Bourget, 1993b: 446). Cada uno de los juicios de los críticos de esta escuela se basan en «la fe inquebrantable en algunos cánones absolutos de la estética» (Bourget, 1993b: 446). En efecto, sostiene Bourget, «no puedo concluir la condena o la apoteosis de un hombre a menos que tenga un código impersonal donde se prescriban los deberes de este hombre» (Bourget, 1993b: 446). A su vez, la afirmación de estas leyes estéticas universalmente válidas se cimienta sobre un presupuesto: «el fundamento filosófico de la antigua crítica y de la antigua política era el dogma cartesiano de la identidad de los espíritus» (Bourget, 1993b: 446). Es decir, solo es posible una forma de pensar y de sentir. Críticos de la talla de Bolieau niegan la posibilidad de cualidades diferentes a las propias y de ideales que no sean los suyos. Para esta postura, no existe cosa tal como una «variedad de inteligencias».
Este es el tipo de crítica que Bourget refiere en el Prefacio de 1883 de los Essais Psychologie Contemporaine cuando advierte al lector que lo allí va a encontrar no es «lo que propiamente podemos llamar crítica»:

Los procedimientos artísticos son analizados aquí solo en tanto que signos; la personalidad de los autores resulta apenas esboza y, ciertamente, sin recurrir a ninguna anécdota. No he querido poner en discusión los talentos, ni pintar los caracteres (Bourget, 2008: 63).

Un cambio radical de perspectiva comienza a tornar imposible la antigua crítica. Tras las grandes mezclas nacionales de inicios del siglo XIX, y la consecuente difusión de literaturas extrajeras, el dogma cartesiano de la identidad de los espíritus cae por sí solo. Autores de otras latitudes como Shakespeare habían compuesto obras dignas de admiración haciendo uso de métodos muy diferentes a aquellos con los cuales los autores franceses, como fue el caso de Racine, habían tradicionalmente ordenado su escritura. Esta diversidad literaria revela «que eran legítimos muchos modos de pensar y de sentir, y por tanto de procurar la emoción de lo bello» (Bourget, 1993b: 447).
De esta forma, surge la pregunta sobre cómo interpretar esta diversidad. La nueva teoría crítica, iniciada por Henri Beyle (Stendhal) y continuada por Hippolyte Taine y Charles Augustin Sainte‑Beuve, entiende que la gran diversidad de obras de literatura y de arte no es el resultado de un trabajo de reflexión destinado a tal fin. Por el contrario, para el artista su creación responde a «una profunda necesidad, una íntima y necesaria satisfacción de todo el ser. Una página de prosa o poesía manifiesta así el estado del alma de quien la saco a la luz» (Bourget, 1993b: 447). La obra de arte es «un valioso documento sobre ese conjunto de pequeños hechos [petits faits]4 todavía poco clasificados que, a falta de un término más estricto, llamamos alma humana» (Bourget, 1881: 399). Como consecuencia de ello, para poder comprender una obra es necesario representarse el estado del alma de quién la compuso.
Este otro modo de concebir la obra de literatura importa una valoración diferente de ciertos aspectos que la antigua crítica juzgaba como imperfecciones o defectos. La nueva teoría crítica advierte claramente el vínculo que hace de estos así llamados defectos las consecuencias necesarias de aquellas cualidades que tradicionalmente habían sido apreciadas de forma positiva. Si, por ejemplo, «Rabelais abunda en bromas groseras que repugnan a los delicados, es que la gran imaginación, la vigorosa elocuencia, la libre sensualidad de la naturaleza desenfrenada limitan a la orgía brutal y a la burla cínica» (Bourget, 1993b: 447). ¿Cómo entonces admirar las cualidades positivas y condenar los defectos al mismo tiempo cuando unas son causas de los otros? La imperfección de una obra se muestra ahora «(…) como una condición de la vida misma de la obra» (Bourget, 1993b: 447). Ello trae aparejado el alejamiento gradual de cierto dogmatismo estético del campo de la literatura moderna y con él la pérdida del hábito de formular afirmaciones absolutas y juicios inapelables.
No obstante, la nueva crítica no carece de juicios o afirmaciones. A diferencia de la antigua crítica, las afirmaciones no versan sobre el valor de una obra. Por este motivo, sostiene Bourget, a esta teoría «la palabra crítica ya no le conviene; sería necesario sustituir esa palabra por otra, más pedante pero más precisa: psicología» (Bourget, 1993b: 447‑448). De aquí en más la tarea de quiénes se ocupan de analizar los libros consiste en «descubrir y confirmar cuales son las leyes de la sensibilidad o la inteligencia. Colaboran, estudiando la literatura, con una historia natural de los espíritus» (Bourget, 1993b: 448). El trabajo del psicólogo consiste en «desmontar, pieza por pieza el complicado mecanismo de nuestras asociaciones de ideas» (Bourget, 1881: 399). El psicólogo no presupone ningún tipo de concepción metafísica. Entiende que el lenguaje etiqueta una sensación indeterminada que varía completamente con los climas, las razas y los momentos (Bourget, 1881: 399).5

 

El objetivo de los estudios de crítica literaria de Paul Bourget

Los Essais de Psychologie Contemporaine y los Nouveaux Essais de Psychologie Contemporaine de Bourget se inscriben dentro de esta nueva teoría de crítica literaria que concibe la obra de arte como la manifestación del estado del alma de su autor y cuyo objetivo consiste en determinar las leyes de la sensibilidad o la inteligencia. Tal como señala Ernest Dinmnet, Bourget con sus Essais toma distancia de la vieja crítica literaria de Abbé de Féletz, Nisard y Brunetiére6 y se coloca en continuidad con la escuela de Sainte‑Beuve y Taine:

Estos devoradores de libros con un objeto científico declarado —la historia natural de las mentes— eran en realidad investigadores profundamente humanos para quiénes los pensamientos impresos eran solamente los signos de una conciencia viva, y para quiénes el poema contaba menos que el poeta (Dimnet, 1913: 42‑43).

Ahora bien, ¿qué es lo que Bourget persigue con estos estudios de crítica literaria? En el primer prefacio (1883) de los Essais de Psychologie Contemporaine afirma que «mi ambición ha sido redactar algunos apuntes útiles para el historiador de la vida moral de la segunda mitad del siglo XIX francés» (Bourget, 2008: 63). Interés que Bourget formula con mayor precisión en 1894 en la Lettre Autobiographique: «comencé a dibujar un retrato moral de mi generación a través de los libros que más me habían conmovido. Les Essais et les Nouveaux Essais de Psychologie Contemporaine fueron compuestos con esta idea» (Bourget, 1894: 11). Como puede advertirse, a pesar de las importantes diferencias que es posible señalar entre la producción anterior y la producción posterior al giro católico tradicionalista operado en Le Disciple (1889), Bourget conserva a grandes rasgos una misma opinión respecto a los Essais: su función consiste en reconstruir el estado moral de la generación francesa de mitades del siglo XIX a través de la literatura que esta leyó.
Detrás de esta afirmación subyace la tesis de la trasmisión de la herencia psicológica. En efecto, para que pueda ser posible la reconstrucción del estado moral de las generaciones presentes mediante el estudio de la literatura producida por las generaciones pasadas, es necesario sostener algún tipo de transmisión efectiva de aptitudes o contenidos entre una y otra. Así Bourget lo explicita en el prefacio (1885) dedicado a los dos volúmenes de los Essais:

me limité a estas diez fisionomías [los diez autores analizados en los Essais], porque me parecieron las más capaces de manifestar la tesis que circula por estos dos volúmenes, a saber, que los estados del alma propios de una nueva generación estaban contenidos en germen en las teorías y sueños de la generación anterior. Los jóvenes heredan de sus mayores una forma de saborear la vida que ellos mismos transmiten, modificada por su propia experiencia, a los que vienen después (Bourget, 1993a: 437).

Tras lo cual agrega: «las obras de literatura y arte son los medios más poderosos de trasmisión de esta herencia psicológica» (Bourget, 1993a: 437). Pero, ¿por qué entre todos los posibles medios de transmisión de la herencia psicológica son las obras de literatura y arte los más poderosos? Bourget sostiene en el primer prefacio de los Essais que la literatura es uno de los elementos de la vida moral de las sociedades civilizadas, «acaso el más importante, ya que en la disminución, cada vez más evidente, de influencias tradicionales y locales, el libro se constituye en el gran iniciador» (Bourget, 2008: 63). En el mismo sentido, Bourget sostenía dos años atrás que la obra de arte «(…) es una educadora de sensibilidad, la más importante en épocas como la nuestra, donde la acción disminuida, las doctrinas indecisas, la herencia nerviosa permiten a un mayor número de hombres levantarse sobre sí mismos y refinar su posición» (Bourget, 1881: 399‑400). De esta forma, la obra de arte además de expresar una particular sensibilidad, se define en el marco del debilitamiento de la cohesión y el orden que la tradición brindaba como una de las educadoras más importantes de la sensibilidad de las nuevas generaciones:

En efecto, esta obra no sólo sintetiza las originales y nuevas formas de degustar la felicidad y el dolor, que las necesidades de la época han desarrollado, sino que también ella se convierte en un nuevo punto de partida para los nuevos hombres. Ella se los revela a sí mismos. Ella les entrega el corazón. Los hombres descubren, a través de la experiencia de sus artistas, en que tonalidad y hasta qué grado pueden ellos gozar y sufrir. Rochefoucauld dijo: «Hay personas que nunca se habrían enamorado, si nunca hubieran oído hablar del amor». Sin lugar a dudas, nuestros amores no serían exactamente lo que son, si no hubiéramos aprendido por medio de análisis ilustrados a complicar nuestros sentimientos (Bourget, 1881: 400).

La obra de literatura posee así un rol fundamental en la constitución de la sensibilidad y la inteligencia del hombre civilizado:

En esta extraña vegetación que constituye el «yo» de un civilizado, él es más de una flor, y de las más brillantes, quién nunca hubiera crecido, si el esqueje no hubiera sido recogido en el jardín de las letras, antes de ser injertado en el árbol del cual ella es el orgullo, y eso ¿no es verdad, incluso de nuestros sentidos? ¿Nuestros pintores no educan nuestra mirada acostumbrándonos a ver la naturaleza como ellos mismos? ¿No nos imponen nuestros músicos los caprichos de su oído más trabajado? Nuestros poetas y novelistas son los iniciadores de nuestras pasiones (Bourget, 1881: 400).

Ello lleva a Bourget a concluir que «conocer la vida moral de una generación es, por lo tanto conocer los poetas y novelistas con los cuales esta generación nutre su corazón» (Bourget, 1881: 400). A fin de poder realizar esta reconstrucción del estado moral de una generación determinada, Bourget establece un modo concreto de proceder. En el final del primer prefacio de los Essais, el pensador francés señala como necesario:

Definir las formas típicas de sentir que algunos escritores de nuestra época proponen a la imitación de los jóvenes, e indicar, a modo de hipótesis, algunas de las causas generales que han impulsado a dichos escritores a pintar tales sentimientos, así como impulsan a sus lectores a gustar de ellos: tal es exactamente la materia de estos Essais (Bourget, 2008: 65).

Es decir, Bourget enuncia las siguientes tareas: 1) identificar las formas típicas de sentir de determinados escritores; 2) señalar de manera hipotética las causas que han originado las formas de sentir de estos escritores; 3) determinar de forma hipotética las causas que llevan a los lectores de estos escritores a gustar de ellos.

 

La noción de la décadence en Paul Bourget

Tras haber finalizado la indagación psicológica desarrollada en Les Essais et les Nouveaux Essais de Psychologie Contemporaine, Bourget arriba a la conclusión que cada uno de los diez escritores allí analizados comporta una influencia que conduce a las generaciones futuras al pesimismo. De acuerdo al crítico francés, la usura fisiológica o la general impotencia de vivir que aqueja a la juventud francesa de finales del siglo XIX posee entre sus causas la influencia ejercida por determinados autores contemporáneos. Así lo expresa Bourget:

El resultado de esta investigación minuciosa y larga es la melancolía. Me pareció que de todos los trabajos revisados durante estos diez ensayos, surgía la misma influencia dolorosa y, por decir una palabra, profundamente pesimista. Pero, ¿no es la existencia del pesimismo en el alma de la juventud contemporánea reconocida hoy por aquellos a quienes este espíritu de negación y depresión es más repugnante? Creo que fui uno de los primeros en señalar esta recuperación inesperada de lo que se llamó, en 1830, el mal del siglo. (…) Para el psicólogo, este es el fondo que es significativo, y el fondo común es, aquí como allá, en el Arebours de Huysmans como en el Adolfo de Benjamín Constant, una fatiga mortal de vivir, una sombría percepción de la vanidad de todo esfuerzo (Bourget, 1993a: 438).

Pero, ¿en qué consiste precisamente esta influencia? Bourget sostiene que los autores estudiados en los Essais son responsables de haber educado la sensibilidad de las nuevas generaciones mediante la transmisión de sus particulares formas de sentir: el diletantismo de Renan y de los hermanos de Goncurt, el cosmopolitismo de Stendhal, Turgueniev y Amiel, el análisis de Baudelaire y de Dumas aplicado al amor moderno, el espíritu científico de Flaubert, Leconte de Lisle y Taine (Bourget, 1993a: 438).7
Estas particulares sensibilidades son las manifestaciones de un proceso clave para la comprensión de la cultura decimonónica: la decadencia. Para Bourget el término decadencia tiene dos significados análogos: el primero, referido a la sociedad; y el segundo, referido al lenguaje. Ambos significados parten de la asimilación de la sociedad y el lenguaje a un organismo:

Una sociedad debe ser asimilada a un organismo. Como un organismo, en efecto, está constituido por una federación de organismos menores, los que a su vez están constituidos por una federación de células. El individuo es la célula social. El organismo social funciona con energía, cuando los organismos que lo componen funcionan con energía, pero con una energía subordinada; a su vez, tales organismos menores funcionan con energía cuando las células que los componen funcionan con energía, pero con una energía subordinada. Si la energía de las células se vuelve independiente, los organismos que componen el organismo total cesan paralelamente de subordinar su energía a la energía total y la anarquía que entonces se instaura constituye la decadencia del conjunto (Bourget, 2008: 91).8

El organismo social, continúa Bourget (2008: 91), «no escapa de esta ley». La decadencia social refiere a una sociedad donde los individuos que la componen no subordinan su energía al funcionamiento de la totalidad. Los individuos se vuelven independientes, es decir, se liberan de la jerarquía y de las tareas del grupo social del que forman parte. Esta independencia de las células sociales trae como consecuencia la descomposición de la forma social:

Con la palabra decadencia, se designa el estado de una sociedad que produce un número demasiado grande de individuos inadaptados a los trabajos de la vida común. (…) Entra en decadencia tan pronto como la vida individual se ha extralimitado bajo la influencia del bienestar adquirido y de la herencia (Bourget, 2008: 91).

De igual forma, «una misma ley gobierna el desarrollo y la decadencia de ese otro organismo que es el lenguaje» (Bourget, 2008: 91). A este respecto, sostiene:

Un estilo de decadencia es aquel en que la unidad del libro se descompone para dejar lugar a la independencia de la página, en que la página se descompone para dejar lugar a la independencia de la frase y la frase para dejar lugar a la independencia de la palabra (Bourget, 2008: 91‑92).

A fin de juzgar o valorar el proceso de la decadencia, continúa Bourget, el crítico puede optar entre dos puntos de vista diferentes. En el primero de ellos, el punto de vista de los políticos y de los moralistas, se atiende al «esfuerzo total» o a la «cantidad de fuerza» (Bourget, 2008: 93) concreta de una sociedad, se constata su insuficiencia y se busca remediar la descomposición de la forma social vigente. En el otro punto de vista, el del psicólogo, «se considerará este mecanismo [social] de manera desinteresada y no ya en la dinámica de la acción del conjunto» (Bourget, 2008: 93). El psicólogo se aboca al estudio de las nuevas individualidades que aparecen en escena «con todos sus caracteres más atrayentes y fascinantes y con los valores estéticos que producen» (Volpi, 2012: 54).
Bourget expresa esta diferencia entre los dos puntos de vista haciendo especial hincapié en los efectos positivos de la decadencia:

Si los ciudadanos decadentes son inferiores como obreros de la grandeza del país, ¿no es precisamente porque son muy superiores como artistas del interior de su alma? Si son inhábiles para la acción privada o pública, ¿no es precisamente porque son demasiado hábiles para el pensamiento solitario? Si son malos reproductores de generaciones futuras, ¿no es precisamente porque la abundancia de sensaciones refinadas y la exquisitez de sentimientos raros los han vuelto virtuosos, estériles pero refinados, en voluptuosidades y dolores? Si son incapaces de las abnegaciones de la fe profunda, ¿no es precisamente porque su inteligencia demasiado cultivada los ha desembarazado de prejuicios y, habiendo examinado todos los puntos de vista, han llegado a esa equidad suprema que legitima todas las doctrinas excluyendo todo fanatismo? (Bourget, 2008: 93‑94).

Frente a este escenario, surge el interrogante sobre qué postura adopta Bourget respecto a la decadencia. En la primera edición de los Essais, Bourget se muestra más interesado en estudiar estas individualidades independientes que preocupado por la preservación de una forma social en descomposición:

Ciertamente, más capaz era un jefe germano del siglo II de invadir el Imperio Romano que un patricio de Roma de defenderla; pero el romano erudito y fino, curioso y desengañado, tal como lo conocemos en el emperador Adriano, por ejemplo, el César aficionado a Tibur, representaba un más rico tesoro de adquisición humana (Bourget, 2008: 94).

Ante aquellos que rechazan esta clase de interés por las sociedades decadentes dado que estas carecen de futuro y que siempre son destruidas por la barbarie, Bourget responde: «¿No es propio de lo exquisito y lo raro el equivocarse ante la brutalidad? Es lícito reconocer un error de este tipo y preferir la derrota de Atenas en decadencia al triunfo del macedonio violento» (Bourget, 2008: 94). De igual forma, Bourget contesta a aquellos otros que rechazan el estudio de las literaturas de la decadencia puesto que sus particularidades lexicales las tornan inentendibles para las generaciones venideras: «¿qué importa?, podrían responder los teóricos de la decadencia. ¿Es el fin del escritor el de proponerse como el perpetuo candidato ante el sufragio universal de los siglos? Nos deleitamos con lo que denomináis nuestras corrupciones de estilo y nos deleitamos con nosotros mismos, refinados de nuestra raza y de nuestra hora» (Bourget, 2008: 95).
La fascinación de Bourget por las individualidades de la decadencia, en especial por aquellas responsables de educar la sensibilidad de las nuevas generaciones, puede apreciarse con toda claridad en un célebre pasaje del primer prefacio de los Essais. Bourget describe allí el importante rol que los refinados modos de sentir de los grandes maestros poseen en la formación de una sensibilidad de particular intensidad vital:

En este preciso instante y mientas escribo estas líneas, un adolescente, al que realmente veo ha apoyado sus codos sobre un pupitre de estudiante en esta hermosa tarde de un día de junio. Las flores bajo la ventana se abren delicadamente. El tierno oro del sol del ocaso se difunde tenue y magnifico sobre la línea del horizonte. Jóvenes muchachas conversan en el jardín vecino. El adolescente se ha inclinado sobre su libro, acaso uno de los que se habla en estos Ensayos: las Flores del mal de Baudelaire, la Vida de Jesús de Renan, Salammbô de Flaubert, Thomas Graindorge de Taine, Rojo y negro de Beyle… «¡Cuánto mejor sería vivir!» Dicen los sabios… ¡Ay! Él vive en este momento y vive con una vida más intensa que la viviría si recogiera flores perfumadas o contemplase el melancólico poniente o rozara las frágiles manos de alguna jovencita. Vive en las frases de su autor preferido. Conversa con él de corazón a corazón, de hombre a hombre. Lo oye pronunciarse sobre la manera de gozar el amor o de practicar el vicio, de buscar la felicidad o soportar la desdicha, de considerar la muerte y el tenebroso más allá de la tumba con palabras que son revelaciones. Tales palabras lo introducen en un universo de sentimientos que hasta ese momento apenas había entrevisto. De esta primera revelación a la imitación de tales sentimientos, la distancia es escasa y el adolescente no tarda en cubrirla (Bourget, 2008: 64).

En el prefacio (1885) de los dos volúmenes de los Essais, Bourget sostiene que sus trabajos de crítica literaria le valieron la acusación de no haber señalado ninguna cura al mal que él diagnostica a la sociedad francesa de finales del siglo XIX (Bourget, 1993a: 440). En efecto, los críticos advirtieron en los Essais un análisis muy entusiasta y complaciente que no prescribía remedio alguno para la situación descripta. Objeción frente a la cual Bourget afirma: «admito humildemente que, de conclusión positiva, no podría dar ninguna a estos estudios» (Bourget, 1993a: 440). Y continúa:

Balzac, que de buen grado se llamaba doctor en ciencias sociales, cita en alguna parte la palabra de un filósofo cristiano: «los hombres no necesitan maestros para dudar». Esta magnífica frase sería la condena de este libro, que es un libro de afanosa búsqueda, si no hubiera, en la duda sincera, un principio de fe, como hay un principio de verdad en todo error ingenuo. Tomar en serio, casi trágicamente, el drama que se desarrolla en las inteligencias y en los corazones de su generación, ¿no es afirmar que se cree en la infinita importancia de los problemas de la vida moral? ¿No es un acto de fe en esta realidad oscura y dolorosa, adorable e inexplicable, que es el alma humana? (Bourget, 1993a: 440).

No obstante, esta intención exclusivamente descriptiva, Bourget se irá desplazando de manera gradual hacia un modelo propositivo que revindica el retorno a antiguas formas católicas ya perimidas. Este cambio radical puede observarse de forma explícita en la novela Le disciple (1889). Allí, el personaje Adrien Sixte —un psicólogo que representa a grandes rasgos la figura de Taine— opera una conversión religiosa tras reconocer como su propia obra ha inducido a su discípulo Robert Greslou a una fatal crisis. Frente a los efectos negativos de las doctrinas deterministas y del diletantismo operantes en París a finales del siglo xix, Sixte encuentra que la única salvación yace en los antiguos valores de la tradición y en la religión de los padres (Bourget, 1889: 359).
Este giro tradicionalista importa un cambio en la valoración del proceso de la decadencia y de los individuos independientes que este genera. Ello puede advertirse en las significativas modificaciones que Bourget realiza en la segunda edición de los Essais (1899). Entre estas modificaciones al texto original de la primera edición, es importante destacar la nueva opinión que Bourget posee sobre la relación del individuo con la sociedad. Luego de afirmar que tanto la perspectiva del político‑moralista como la perspectiva del psicólogo tienen su lógica, el crítico francés señala las consecuencias negativas que trae aparejado para el individuo su independencia del cuerpo social: «…el estudio de la historia y de la experiencia de la vida nos enseñan que hay una acción recíproca de la sociedad sobre el individuo y que al aislar nuestra energía nos privamos del beneficio de esta acción» (Bourget, 2008: 96). La célula social, es decir la unidad mínima de la sociedad, ya no es el individuo, sino que ahora lo es la familia (Bourget, 2008: 96). La subordinación del individuo a la sociedad es concebida como beneficiosa para este primero y no como una ventaja exclusiva de la sociedad: «Subordinarse no es para éste [el individuo] solamente servir a la sociedad, es servirse a sí mismo» (Bourget, 2008: 96).
En la Lettre autobiographique (1894) puede apreciarse que Bourget modifica notablemente su valoración sobre aquellos escritores franceses que había admirado con inusitada intensidad en la primera edición de los Essais. En el marco de la reflexión sobre su inicial fracaso literario, Bourget señala que el estudio de determinados autores contemporáneos como educadores de la sensibilidad9 impidió que él viviera su vida, que formase sus propios gustos, que sintiera por mismo (Bourget, 1894: 11). La influencia de aquellos pensadores que Bourget había leído durante su juventud en el instituto de Clermont y en el instituto de París10, y que luego fueron objeto de análisis en cada uno de los artículos de los Essais, constituyó un obstáculo para la formación de una experiencia vital propia. Si bien es cierto que Bourget afirma que «un libro de verdad jamás es inmoral, y podría probar que ninguno de nosotros ha sido corrompido por una sola de esas llamadas peligrosas lecturas» (Bourget, 1894: 8), el crítico francés también advierte sobre el precoz desencanto y el desequilibrio interior que ciertas lecturas pueden entrañar para un alma joven: «verdaderamente inocentes e ingenuos, no podíamos dejar de sentirnos desorientados por esta iniciación anticipada a las crueles o violentas vicisitudes del mundo» (Bourget, 1894: 9). Este estado de desorden interior se tradujo en una confusión de la propia personalidad con la de aquellos autores que habían sido los maestros de las generaciones francesas de finales del siglo XIX.
Como puede observarse, la opinión que Bourget posee sobre estos escritores franceses en la primera edición de los Essais es muy diferente a la apreciación que realiza sobre ellos luego del giro tradicionalista. En la primera edición de los Essais, el pensador francés concibe a estos individuos excepcionales como formadores de sensibilidades de una gran intensidad vital. Mientras que ahora, Bourget entiende que estas singulares manifestaciones de la decadencia son responsables de haber educado una sensibilidad artificial en los jóvenes.
Ello lleva a Bourget a plantear la necesidad de purificar la Vida de este tipo de literatura:

Yo entreví la posibilidad de liberar a la Vida de este cúmulo de literatura, y comencé a dibujar un retrato moral de mi generación a través de los libros que más me habían conmovido. Les Essais et les Nouveaux Essais de Psychologie Contemporaine fueron compuestos con esta idea (Bourget, 1894: 11).

De esta forma, Bourget concluye que el diagnóstico de los males de la sociedad francesa de finales del siglo XIX debe necesariamente ser seguido por la propuesta de una cura:

Quiero decir que, desde un punto de vista puramente positivista, el de la observación indiferente, la psicología me ha llevado a la ética por la misma necesidad que hace que con todo su escepticismo un médico seguro de un diagnóstico no pueda evitar preguntarse sobre la cura (Bourget, 1894: 13).


Notas
1. Las obras de Nietzsche y los fragmentos póstumos se citan de acuerdo a las siglas y las referencias utilizadas en los aparatos críticos de la edición eKGW.

2. Entre estos trabajos es preciso mencionar: MONTINARI, Mazzino [En línea] (2014). Nietzsche e la décadence. En: Studia Nietzscheana. Paris: Nietzsche Source. [Consulta: 10 de Abril de 2020] Disponible en: http://www.nietzschesource.org/SN/montinari-2014c; VOLPI, Franco (1995). Sulla fortuna del concetto di «décadence» nella cultura tedesca: Nietzsche e le sue fonti francesi. En Filosofía Política, N.° 9, 63‑82; VOLPI, Franco (2012). El nihilismo. Madrid: Siruela; CAMPIONI, Juliano (2004). Nietzsche y el espíritu latino. Buenos Aires: El Cuenco del Plata.

3. Bourget redactó este artículo en respuesta a una polémica de prensa generada por una nota de M. Caro sobre crítica moderna que fue publicada en la Revue des Deux‑Monde en 1882.

4. La principal fuente de Bourget sobre la teoría de los petits faits es De l’Intelligence (1870) de Hippolyte Taine. En el prefacio de De l’Intelligence, Taine afirma que el yo está constituido por una serie de «pequeños hechos» (petits faits), en el yo «no hay nada real, salvo la serie de sus eventos [événements]; que éstos, de aspecto diverso, son los mismos en naturaleza y se reducen todos a la sensación; que la sensación misma, considerada desde fuera y por el medio indirecto que se denomina la percepción exterior, se reduce a un grupo de movimientos moleculares. Un flujo y un haz de sensaciones y de impulsos que, vistos de otro lado, son también un flujo y un haz de vibraciones nerviosas, esto es el espíritu» (Taine, 1892: 7). Taine revela en una nota preparatoria de su Les origines de la France Contemporaine que la fuente de donde él ha tomado la teoría de los petits faits es Stendhal: «el nuevo perfeccionamiento consiste en dejar allí el a priori, la filosofía pura y deductiva, los métodos matemáticos. Un signo de este perfeccionamiento es la nueva tendencia de la juventud a diferenciar sus ideas del conjunto, su filosofía, a aprender a fondo la filología o la fisiología, a instalarse en una ciencia especial para llegar más tarde a las conclusiones generales, y a estimar esta ciencia sobre todo como modelo, método, disciplina del espíritu. Es lo que hace la literatura después de Balzac y los observadores del detalle significativo; es la teoría del pequeño hecho (Stendhal)» (Taine, 1905: 315).

5. Respecto a este modo de entender el trabajo del psicólogo en relación a la literatura como objeto de estudio, es importante señalar nuevamente la influencia de las obras Taine en Bourget, en especial Histoire de la littérature anglaise (1864). Taine afirma en su Histoire de la littérature anglaise (1864) que «los sentimientos y los pensamientos humanos forman, pues, un sistema, y ese sistema tiene por primer motor ciertos rasgos generales, ciertos caracteres de la inteligencia y del corazón, comunes a los hombres de una raza, de un siglo o de un país» (Taine, 1911: XVIII). De acuerdo a Taine, el hombre posee como punto de partida un conjunto de imágenes o representaciones de los objetos que pueden desarrollarse de modo teórico en la forma de una concepción general o de modo práctico en la forma de una resolución activa. Todo el desarrollo humano varía de acuerdo al progreso ulterior de estas representaciones primeras. Progreso, que a su vez, depende de las llamadas fuerzas primordiales: la raza, el medio y el momento: «podemos afirmar con certidumbre que las creaciones desconocidas a que nos arrastra la corriente de los siglos serán suscitadas y determinadas completamente por las tres fuerzas primordiales; (…) cuando hemos considerado la raza, el medio y el momento, es decir, el resorte interior, la presión exterior y el impulso ya adquirido, hemos agotado, no sólo todas las causas reales, sino todas las causas posibles del movimiento» (Taine, 1911: XXXI). Los efectos de estas tres causas primordiales se distribuyen en seis regiones bien delimitadas: la religión, el arte, la filosofía, el Estado, la familia y las industrias. «Si ahora se examinan y se comparan entre sí esos diversos grupos de hechos, se verá que están compuestos de partes, y que todos tienen partes comunes. (…) Ese elemento común recibe del medio, del momento o de la raza caracteres propios, y es claro que todos los grupos en que entra se modificarán en consonancia» (Taine, 1911: XXXII‑XXXIV). Ello permite, continua Taine, «entrever los principales rasgos de las transformaciones humanas, y empezar a investigar las leyes generales que rigen, no ya simples hechos, sino clases de hechos, no ya tal religión o tal literatura, sino el grupo de literaturas o de las religiones» (Taine, 1911: XXXVII).

6. De acuerdo a Dimnet esta crítica literaria «limitaba su papel a un examen del valor artístico de los trabajos literarios en base a su correspondencia, más o menos ajustada, a ciertos cánones o con cierto ideal o espíritu. Esta clase altamente intelectual de lectores se preocupaban infinitamente menos por el autor que por su producción» (Dimnet, 1913: 42).

7. Bourget agrega que «estas influencias siguen afectando a la juventud actual. Más que nunca el abuso de la comprensión crítica multiplica a nuestro alrededor los diletantes, como la facilidad de los viajes los cosmopolitas. Más que nunca, la vida de París permite a los jóvenes complicar sus experiencias sentimentales, y más que nunca antes, la democracia y la ciencia son las reinas de este mundo moderno que, hasta ahora, no ha encontrado un proceso para alimentar de nuevo las fuentes morales de la vida que él ha agotado» (Bourget, 1993a: 440).

8. Juliano Campioni sostiene que «la décadence de Bourget debe su carácter a la noción positivista de enfermedad, en particular en los términos que había precisado Taine: la enfermedad es el proceso de disgregación de una forma en el que el elemento particular adquiere autonomía “mórbida” y se sustrae a la subordinación funcional al todo, produciendo como consecuencia un incremento de la visibilidad. Por esto la enfermedad es, según las iniciales indicaciones de Claude Bernard, un experimento no construido, sino ofrecido espontáneamente por la naturaleza, que procura el mismo procedimiento de aislamiento del fenómeno que es propio del experimento científico» (Campioni, 2004: 293‑294).

9. En relación a este modo de leer, Bourget afirma: «reconocí que muchos de mis contemporáneos, preocupados por el mismo problema, habían pedido de manera similar a los libros que fueran educadores de su sensibilidad. Obligado a confesar por mi propia experiencia que esta forma de entender las Letras era el principio de muchas miserias, sin embargo, percibí algo más que capricho o distorsión» (Bourget, 1894: 11).

10. A este respecto Bourget recuerda: «a los quince años mis compañeros y yo sabíamos de memoria los dos volúmenes de versos de Alfred de Musset, habíamos devorado todas las novelas de Balzac y las de Stendhal, Madame Bovary y las Fleurs du Mal» (Bourget, 1894: 11).

 

Referencias bibliográficas

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NIETZSCHE, F. (2009). Digitale Kritische Gesamtausgabe Werke und Briefe. [En línea] [Consulta: 2 de Agosto de 2020]. Disponible en: http://www.nietzschesource.org/#eKGWB

TAINE, H. (1892). De l’Intelligence. T. I. Paris: Hachette.

——— (1905). Sa vie et sa correspondance. T. III. L’Historien (1870‑1875). Paris: Hachette.

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VOLPI, F. (2012). El nihilismo. Madrid: Siruela.




ACERCA DEL ARTÍCULO

Este artículo se inscribe dentro del marco del proyecto de beca doctoral CONICET «La “vivisección” del alma moderna, entre filosofía y crítica de la cultura. Estudio sobre la recepción de los Essais de psychologie contemporaine de Paul Bourget en la filosofía de Nietzsche de los años ochenta» radicado en el Centro de Investigaciones de Filosofía Política y Epistemología (CIFPE) de la Facultad de Ciencias de la Educación de la UNER.

Fecha de recepción: 4/8/2020
Fecha de aceptación: 2/10/2020